Isaac Asimov predijo, en el decenio de 1980, la aparición de una época contraria a la cultura, en que la gente iba a dejar de leer y consideraría que «mi ignorancia vale tanto como tu saber». Fue un profeta en ese caso. Nadie en los 80, al menos en Costa Rica, imaginaba la caída de la URSS ni un reinado de la ignorancia. Las librerías estaban llenas de libros marxistas y antimarxistas, freudianos y antifreudianos, historias de la filosofía, había estantes completos de obras del Fondo de Cultura Económico, «que trae la universidad a su casa» o de colecciones con títulos como «Qué ha dicho verdaderamente Schopenhauer», «Qué ha dicho verdaderamente Jung», en que especialistas analizaban el pensamiento de todos los grandes autores. Había una efervescencia intelectual que murió en los 90, con la caída de la Unión Soviética. Ya a nadie le interesó leer más sobre política, antropología, psicoanálisis. Se habían acabado las ideologías como escribió Francis Fukuyama en El fin de la historia. Vi venderse obras de Marx en paquetes de cuatro por mil colones (unos 15 dólares entonces). Contenían un libro del filósofo junto con algunas novelas rosa o un libro infantil.
No estamos en el lado correcto de la historia. Hemos vuelto a la Atenas anterior a Platón, cuando los sofistas enseñaban que todas las opiniones valen lo mismo porque no hay verdad objetiva y el hombre es la medida de todas las cosas. Es el pensamiento que llevó a Atenas a la ruina. Los atenienses decidieron en plaza pública lo que se debía hacer en la guerra contra Esparta. No respetaban las opiniones de sus mejores militares, «porque todos sabían de milicia». Es como si hoy todos los ticos decidiéramos por votación la alineación de la Sele y la táctica para ganar partidos. El desastre no se hizo esperar. Los espartanos ganaron, ordenaron destruir la flota ateniense y las murallas de la ciudad. Además, impusieron a los vencidos un gobierno de 30 tiranos. Para el filósofo Oswald Spengler, autor de La decadencia de occidente, esa igualdad en el valor de las opiniones es el signo más claro de decadencia de una civilización. No hay liderazgo, no hay valores comunes que unan a la gente, no hay deseos de sacrificarse por nada… Entonces aparece una civilización más vigorosa, que se juega la vida por imponer sus ideas (al estilo de la lucha de las autoconciencias de Hegel) y la supuesta civilización refinada se hunde. Pasó con los atenienses ante los espartanos, con los romanos ante los germanos y, según Spengler, nos pasará ante los musulmanes. Ojo que escribió eso hace un siglo (entre 1918 y 1923).