Quizás la Iglesia esté paralizada por el miedo a perder sus privilegios, los dineros que recibe del Estado y el complejo entramado de conciertos, acuerdos, concordatos y colaboraciones con el poder, pero estos son tiempos de sufrimiento extremo, donde los seguidores de la luz no deben mirar el riesgo. La "prudencia" de la Iglesia, una postura que muchos definen como "cobardía", no es comprendida por los ciudadanos en estos tiempos duros y la consecuencia es que el prestigio de la religión se desvanece y que a los templos, cada día mas desiertos, solo acuden ya los viejos que se sienten próximos a la muerte.
Salvo excepciones insignificantes que ni siquiera han tenido repercusión mediática, la Iglesia ha guardado un silencio incomprensible ante dramas que atraviesan a España como los desahucios injustos que dejan sin hogar a cientos de miles de familias, la corrupción galopante que destroza al país, el saqueo de las cajas de ahorros y de parte de las arcas públicas, los impuestos abusivos, que cobra el gobierno para que no falte dinero en sus alforjas y para mantener sus privilegios, los recortes en servicios y conquistas sociales alcanzadas con esfuerzo a lo largo de la Historia y otros muchos desmanes y tropelías, como los indultos a sinvergüenzas, ladrones, kamikazes y torturadores, la impunidad de muchos políticos que delinquen, a los que no se castiga ni se les obliga a devolver lo robado y la consagración de la mentira como política de Estado.
Es cierto que algunas organizaciones pertenecientes a la Iglesia, como Cáritas, están realizando una labor de enorme valor ayudando a los que sufren, pero los tiempos son tan duros, el sufrimiento es tan grande, la injusticia es tan atroz y las violaciones de los derechos tan inhumanas, que el compromiso de la Iglesia tiene que ser mayor, ayudando al pueblo en su avance hacia la regeneración, la conquista de la decencia y el retorno de la esperanza.
La Iglesia, cuyo mayor pecado histórico ha sido haberse acomodado siempre a los vientos del poder, sin poner en riesgo su cómoda supervivencia y privilegios, está asistiendo impasible, en España, a fenómenos y dramas que claman al cielo y ante los cuales un cristiano está siempre obligado a reaccionar porque el mensaje de Cristo no impulsa únicamente la oración y la mística sino también la acción transformadora en la sociedad, orientada a construir un mundo mas justo y mejor.
La Iglesia española, que se cargó de ignominia y vergüenza conviviendo con la dictadura de Franco demasiado cómodamente, está de nuevo acumulando indignidad ante los españoles, que esperan de ella, al parecer en vano, por lo menos denuncias claras y contundentes del asesinato de la verdadera democracia, de la injusta impunidad de los que mandan, de la indecente marginación y opresión de los humildes y de otras tropelías y fechorías de una casta política que se niega en redondo a renunciar a sus privilegios, que está haciendo pagar a los mas desprotegidos el grueso de la crisis, que abre las puertas de España al desempleo y la pobreza, que viola derechos humanos intocables, que está acabando con la armadura ética y de valores que protegía al pueblo y que, con su injusticia activa, está envenenando la convivencia y creando las bases para que se produzca en un futuro no lejano una dolorosa revuelta de los indignados y aplastados contra el poder instituido.
Existió otra Iglesia española en tiempos del cardenal Tarancón, una Iglesia que alzó una voz clara en todos los temas que importaban a la sociedad, pero su voz se ha ido debilitando y la Conferencia Episcopal hoy no es ya noticia para nadie, no tiene un lenguaje actual, no inyecta energía, se encierra en temas como la familia, con sus encuentros, cada Navidad, en Madrid, apoyada por los ultraconservadores, los KIkos y movimientos similares. La Iglesia Española es involutiva, anclada en Juan Pablo II y Rouco la tiene bien maniatada porque él es el que de verdad manda.