"Corría el año 1963, yo contaba con 7 años recién cumplidos, acababa de terminar de comer y me fui -como decíamos-, "a la escuela de por la tarde". Llegando al colegio me encontré con el médico del pueblo caído en el suelo, por lo que decidí ir a socorrerle; en esto llegó la señora que trabajaba en la casa, y me vio intentando levantarle. Ella, asustada, le preguntó que qué le ocurría. A lo cual no contestó, y entonces dijo una chica que andaba por allí, que respondía al nombre de Esperanza: ¡qué trompa lleva Don Antonio!
Leyendo esta historia extraemos una conclusión clarísima, trasladable al ámbito político, publicitario, empresarial o de comunicación. Todo el mundo en el pueblo sabía que Don Antonio, el médico, era un borracho, pero a nadie le interesaba decir la verdad, porque podían perder favores o que se negara a atenderlos. Salió perdiendo el niño, que no tenía ningún interés en ocultar lo sucedido, pero sí descubrió el precio de decir la verdad
.En este país, sin ir más lejos, cada día nos la cuelan por la escuadra. Se intenta maquillar la realidad cambiando los términos a las palabras, para que parezcan menos importantes. Pero no señores: un investigado es un imputado, un encausado es un acusado y la palabra presunto va claramente en contra del sentido común. Pero ¿a quién le viene de perlas estos términos? Se admiten apuestas. Cualquiera que tenga millones en un paraíso fiscal y no justifique al instante de dónde viene el dinero no es inocente, es culpable hasta que no se demuestre lo contrario.
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