Decir lo que pienso sin herir, a veces me cuesta un poco, se me atasca el corazón,se me nubla la vista, se enredan mis pies, Mi camino de Vida se llena de obstáculos no dejándome avanzar por este páramo enredado en el que me ha tocado vivir.
Elegir cada palabra espontáneamente a veces es complicado, una ardua tarea para nivelar la convivencia con los que me rodean. Ponerme en la situación de cada cual se me antoja vital para comprender a los demás y creo sinceramente es esencial para poder convivir en paz.
Reunir la coherencia necesaria para decir lo que pienso está a mi alcance, si, pero solo unos pocos elegidos pueden permitirse-lo por que están libres de culpa y pueden divulgar la esencia de la palabra y del pensamiento.
Pero aún es más complicado predicar con lo que se dice. Llegados a este punto desperdiciamos nuestras palabras y actuamos inconscientes o conscientes, faltándonos a nuestra esencia, dejando de ser quienes somos para actuar sin impunidad, perdiendo el rumbo, actuando libres abandonando el equilibrio entre nosotros mismos.
La armonía entre decir lo que se piensa y actuar cómo se piensa es lo que nos hace coherentes, dignos de representar al ser humano y no es fácil, arrastrados por el impulso irracional de destacar sobre los demás, rara vez aunamos estos conceptos básicos que tenemos, malgastándolos sin temor a perder nuestra dignidad.
La sinceridad es la virtud de la franqueza, es el amor y el respeto por lo veraz. La sinceridad actúa siempre de buena fe y mantiene la coherencia entre sus palabras y sus actos. Es contrario a la mentira, a la duplicidad y a la hipocresía.
No olvidemos que uno es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios.
Quizá conviene no decir todo lo que se piensa, lo que sí es necesario es pensar todo lo que se dice…