Hoy era un día raro, uno de esos días en los que es mejor mantenerse ausente, en segundo plano, con la sencilla compañía de la reflexión. Estos días me gusta desayunar fuera, pedir un café largo y cualquier base de harina tostada con aceite y tomate, no soy amante de la sal, siempre he dicho que es más difícil dejarla que el tabaco. Cuando cojo el periódico estos días, me siento como cuando chiquillo iba a la peluquería y mi padre presumía de un niño que ya sabía leer, más de unas cuantas pesetillas me he ganado en mi infancia haciendo uso de mi facilidad para las letras. Siempre cuando terminaba de leer en voz alta lo que me pedían, me limpiaba los dedos llenos de tinta con el pantalón correspondiente, cosa que me costaba más de una regañina de mi madre o de alguna tía mía que andara por las proximidades.
Hoy he mirado la portada una y otra vez para quedarme con la foto en la memoria, como si tuviera una carpeta de archivos en el cerebro, para poder repasar todas esas imágenes cada vez que quisiese. Mi tez no era de circunstancias, ni mucho menos, sólo me he indignado esta vez por la ley electoral, y tampoco es que haya perdido el sueño. Quizás con los años uno va aprendiendo que lo que piense o deje de pensar, poco más que nada va a influir en la situación global, y esto, en cualquier aspecto de la vida.
Lento sorbía el café ardiendo, no tenían hielo, miraba las caras de la parroquia del bareto. Y es que cariacontecida ha amanecido hoy Sevilla, sabiéndose último bastión del socialismo nacional, último escollo resistente de la vieja guardia. Y más la eterna Triana, que seguro se siente como un Obélix moderno, a la vanguardia del puño alzado hispalense.