La mentira se ha consumado oficialmente: Bruselas ha confirmado que España alcanzó un déficit público del 8,5% en 2011, contra el 6% anunciado por el Ejecutivo socialista tras abandonar su responsabilidad de Gobierno. Ante este titular, me hago la siguiente reflexión interna:
Resulta alarmante comprobar no sólo cómo unos responsables políticos, legitimados en su día por el poder de las urnas otorgado por los ciudadanos, cometan una pésima gestión política que acarree consecuencias tan nefastas para la economía de un país, sino que, derivado de la misma, construyan un engaño a su país por puro rédito político.
Pero aún existe otra razón con suficiente peso y entidad como para hacer que hierva la sangre de todo buen ciudadano de a pie: constatar cómo los mismos responsables que en parte han sido culpables de la trágica situación en la que nos encontramos queden libres de responsabilidad por los efectos de sus erróneas e ineficaces decisiones, ya hayan sido cometidas éstas por pura incompetencia, por convicción ideológica o por buena fe (buenismo antropológico). Unas decisiones políticas que, por haberlas tomado, conllevan más tarde un esfuerzo mayúsculo de cara a la recuperación económica, que recae siempre sobre los mismos: los ciudadanos de a pie.
Hoy por hoy se hace especialmente manifiesta la impunidad del responsable político tras la celebración de los procesos electorales. La asunción de responsabilidades en las malas gestiones es algo que no abunda en la política de nuestros días. Evidentemente, los gobiernos salientes ya han dejado de tomar decisiones. Se suele presentar el argumento de que son ya las mismas urnas las que con su inflexive y razonable dictamen soberano depuran responsabilidades políticas estableciendo el castigo de la derrota electoral a gestiones deficientes.
Aun siendo esto así, en la dramática coyuntura sin precedentes por la que atravesamos, a la vista de los datos y cifras económicas que vamos conociendo día a día y el nada alentador devenir, debería hacerse enteramente inconcebible por la ciudadanía el hecho de que los gobiernos tergiversen o pronostiquen mal, como se hizo en nuestro país, algo tan serio como las cifras económicas, si se pretendía amortiguar un predecible desfalco electoral.
Por desgracia en nuestros días, valores como la responsabilidad, la honestidad y la transparencia política también se encuentran en un serio déficit.