Desde Franzen que no arremeto con work in progress sobre un libro. Peor: los libros de Franzen eran opus de 700 páginas que acaparaban una semana de febril lectura. Pues bien; Foster Wallace supera eso con menos de 400. Lo supera porque sus escritos (escrito es la palabra que mejor los define, tras descartar artículo por vaguedad y ensayo por pretensiones) son a veces tan desbordantes y ambiciosos que tienes que tomarte un descanso y seguir otro día. Ahora estoy más o menos en la mitad del libro. De hecho estoy en la página 50 de un artículo -coño, escrito- de más de 70 páginas sobre una película (Lost Highway) de David Lynch, sin atisbo de agotamiento, sin repetición de un solo concepto, sin peloteo innecesario (le ha zurrado de lo lindo a las obras más endebles). David Foster Wallace es (joder, mierda, era) otro de esos dioses inverosímiles cuya lectura entusiasma al lector de manera proporcional a que frustra al escritor escondido que pueda morar en el lector: o sea, ves su desopilante talento, y te quedas boquiabierto sin saber qué hacer, aunque valoras opciones. La mía de hoy sería apuntar en una libreta todas las palabras que Foster Wallace usa (o sea, que su fantástico traductor hace equivaler al español) e intentar emborronar mis escritos con algunas de ellas, a ver si así. Eso es una enfermedad, o un indicio. Es como si estuviera en la cola del supermercado y alguien detrás de mí empezara a apreciar un incipiente tambaleo en mi cabeza. Como si me siguiera hasta casa y se decidiera a fotocopiar un escrito y dejarlo en todos los buzones de la escalera: visite un médico que está a tiempo. No lo dude. Por hoy ya es bastante: traduzco todo mañana.