Nuestros protagonistas son dos adolescentes suecos en busca del amor que reafirme su existencia y su futuro. Oskar es un niño de 12 años que conoce a una extraña joven que llega a su bloque de edificios, Eli. Y ambos comienzan una historia de amor. Lo particular de todo esto es que Eli es una chica vampira, de ahí la parte mágica o irreal.
Pero esta película no tiene nada que ver con las típicas películas americanas juveniles sobre el tema, sino que habría que emparentarla más con la visión romántica del vampirismo de algunas obras del cine clásico. Y aún más, las supera al centrarse en un tiempo actual y al rezumar sensibilidad en cada fotograma.
La nieve que rodea a Oskar y Eli, el frío, la incomunicación en que ambos personajes se encuentran al principio crea un ambiente único. Y en medio de ello, surge el amor.
Ayúdame y te habré ayudado, déjame entrar y ayudarte, es algo que podrían decirse mutuamente nuestros enamorados.
Se trata de una versión de Romeo y Julieta en otra época y en otro tiempo, con otras circunstancias, y con hándicaps diferentes para que la relación funcione. Aquí no hay una oposición de las familias, hay una terrible enfermedad de Eli, ella es vampira y necesita la sangre.
Que el amor nos da fuerza a los seres humanos queda de manifiesto en Déjame entrar. Y que hay que amar por encima de los defectos del amado también.
No se trata de una película de vampiros, se trata de una película de sentimientos, del amor, de la soledad en la que estamos sin amor y de cómo mejora nuestra vida con él.