Dejar un libro a medias

Publicado el 03 diciembre 2017 por Elena Rius @riusele

Según Daniel Pennac -que tanto reflexionó en torno a la lectura y cuyo aniversario, precisamente, se conmemoró el pasado 1 de diciembre-, entre los derechos del lector está el de dejar a medias un libro. Unos derechos estos que estaría bien grabar a la entrada de las bibliotecas y de las escuelas, para alivio de tantos lectores que no consideran que leer un libro deba ser una obligación, ni un paso más en su educación, ni una muestra de superioridad moral, ni una tarea ardua, pero necesaria. Que desean leer un libro sin más, sin connotaciones, a su ritmo, porque en ese momento les apetece (y tal vez en otro momento no, ¿qué pasa?). Y, si resulta que ese libro no les convence -sin importar que se lo hayan recomendado tantísimo, ni que su autor sea famoso, ni que a su vecina le haya encantado-, están en su pleno derecho de dejarlo cuando quieran. Es más, creo que aprender a abandonar una lectura que no cumple con las expectativas, lejos de ser un acto de pereza, es un acto de necesaria higiene mental.

Daniel Pennac


En mi larga nómina de lecturas hay infinidad de libros terminados, la mayoría, pero también unos cuantos que se quedaron a medias. ¿Eran todos malísimos? Sin duda, algunos lo eran. Pero, lo confieso, hay libros "malos" -con muchas comillas; como dicen los ingleses "one man's meat is another man's poison", lo que en castizo viene a ser "para gustos, colores"- que he leído hasta el final sin pestañear, a veces porque  simplemente la trama me había atrapado; otras, porque a pesar de la absurda deriva del argumento, no había perdido del todo la esperanza de que enderezase su rumbo en algún momento. Así pues, que flaquease en la continuidad de la lectura fue solo en parte achacable al libro en cuestión. También se ha dado el caso de que, a pesar de hallarme ante una novela suficientemente interesante y bien escrita, el desenlace me resultase excesivamente previsible; no me importó entonces dejarla de lado a pocas páginas de ese final que veía venir desde lejos. En otras ocasiones, en cambio, la culpa del abandono ha sido toda mía: quizás mi mente no estaba preparada para digerir ese libro en concreto, o la lectura me pilló en un momento en que estaba empachada de ciertas lecturas y -a modo de los que se encuentran delicados del estómago- necesitaba otro tipo de dieta libresca. Nunca me ha parecido grave. Algunos de esos libros los he retomado, con provecho, en condiciones más adecuadas. Otros, esperan aun su turno, que tal vez no llegue nunca.

Existe ahora una corriente de opinión que achaca las bajas tasas de lectura a la ubicua y constante seducción de las pantallas. ¿Cómo va a leer la gente -argumentan- si está rodeada de otras ofertas de ocio, tan sumamente atractivas? Es innegable que todos, salvo algunos pocos ermitaños tecnófobos que aún reniegan del móvil y sus fastos, perdemos cada día mucho tiempo consultando aplicaciones diversas. Tiempo que, sin duda, podríamos dedicar a otras actividades. Ahora bien ¿quién dice que privada del imán de las pantallas, la gente se lanzaría a leer y no a cualquier otra actividad? Qué se yo, a tomar cañas, a hacer deporte, a hablar con los amigos o jugar con sus hijos. En fin, en cualquier caso el asunto preocupa lo suficiente como para que se encarguen sondeos al respecto. Cazo al vuelo -sí, en esas redes malignas que me quitan tiempo para leer- un artículo aparecido en la web ActuaLitté con el tremendista titular "Desbordados, los lectores no terminan más que un libro de cada tres". Alarmante, se diría. Aunque si uno lee con atención los datos allí expuestos, la cosa no parece tan grave. De entrada, resulta que el titular no refleja del todo los resultados del sondeo, que, leído con más atención,  dice que "un francés de cada tres menor de 50 años deja a medias más de la mitad de los libros que comienza" (o sea, para dos terceras partes del público lector la tasa de abandono es menor). Con frecuencia, el motivo aducido para este abandono es "la falta de tiempo". Ignoro con qué grado de veracidad responde la gente a estas encuestas, pero yo las encararía con un sano escepticismo: personalmente, no he dejado nunca de terminar un libro que me interesase lo suficiente. ¿Quién no se ha quedado en vela hasta las tantas con tal de acabar un libro que le apasionaba? El tiempo, como todos sabemos, es relativo. Y elástico. Curiosamente, además, entre los menores de 35 años (que se supone son los más afectados por la adicción a las pantallas) solo un 16% dice que estos medios les impiden concluir sus lecturas. Vemos luego que todo el objetivo de la encuesta era sondear si tendría aceptación entre el público un sistema que permitiese convertir los libros en audio. Así que el malo de la película no eran las pantallas, ni la falta de diligencia de los lectores, sino el libro en papel, tan pesado y anticuado el pobre. Supongo que, como ocurre con todas las encuestas -fíjense sino en el ejemplo de las encuestas electorales-, cada cual saca de ellas la conclusión que más le interesa. Por mi parte, creo que nunca se me ocurriría achacar el abandono de un libro a que era muy largo y abultaba mucho. Precisamente, cuando un libro te gusta, lo que desearías es que no acabara nunca. Solo los tostones "se hacen" largos. Lo mismo que las malas películas, o las malas series. ¿Cuántas han dejado ustedes a medias, díganme? Al final, lo que cuenta es la calidad del contenido. ¿Para qué perder tiempo en libros que no lo valen? Háganse un favor, no se sientan culpables de dejar a medias los libros que no merecen su atención. Y empleen ese tiempo en leer otros que les compensarán sobradamente. Hagan uso, sin limitaciones, de sus derechos de lector.