DEJARNOS GUIAR POR LA INMACULADA. Homilía de Monseñor Tomasi en la Vigilia de Lima

Por Joseantoniobenito

HOMILIA EN LA VIGILIA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA EN EL TEMPLO DE LA ENCARNACIÓN DE MM. AGUSTINAS

(07/12/10).

En nuestros hogares tenemos la tradición de hacer serenatas y festejos para celebrar un cumpleaños  u otro acontecimiento familiar. Así también nosotros, convocados por los Cruzados y Militantes de Santa María, nos hemos reunido en familia esta noche, en esta Iglesia de la Encarnación, que con amor y cuidado fervoroso es custodiada por las queridas Madres Agustinas; porque queremos celebrar una gran vigilia, una gran serenata, a nuestra Madre Santísima, la Virgen María, en su Fiesta más hermosa de la Inmaculada Concepción, título que brota por necesidad absoluta de su privilegio de la Maternidad divina, a la que fue llamada por el Señor.

Para explicar la necesidad de este misterio de la Inmaculada Concepción, en el siglo XIV, el gran teólogo franciscano, Beato Duns Scoto, ha creado un axioma contundente, al respecto, que en latín reza así: “Potuit, Decuit, ergo Fecit”, que podemos traducir de esta forma: “Dios pudo hacer que la Virgen naciera sin pecado original; era conveniente que quien iba a ser la Madre de Dios estuviera preservada del pecado original; en consecuencia, Dios creó a María sin pecado original, Inmaculada desde su concepción.

Si bien la Inmaculada Concepción de María,  como dogma de fe, o sea verdad de fe revelada,  fue proclamada por la Iglesia recién el 8 de diciembre de 1854, en realidad la Iglesia entera había creído y profesado desde sus inicios la incomparable santidad de la Virgen: “llena de gracia”, porque el Altísimo la había puesto bajo su sombra; “perfecta esclava del Señor”, porque absolutamente fiel a la Palabra de Dios; “bendita entre todas las mujeres”, porque elegida entre todas ellas para ser la Madre del Salvador, Hijo de Dios. Estos son datos concretos que nos ofrece el Evangelio de Lucas, son Palabra de Dios, sobre la que se fundan el amor, el estupor y la devoción con que la fe de los cristianos ha adornado a María Virgen, la Santísima Madre de Dios, la cual – por los méritos de Jesucristo su Hijo, Redentor del género humano – debía ser preservada del pecado.

Es muy fascinante conocer que el 25 de mayo de 1858, la Señora que aparecía en Lourdes a Bernadette Soubirours, le dijera: “Yo soy la Inmaculada Concepción”, y nos llena de estupor que la pequeña muchacha fuera enviada a dar a conocer este mensaje, cuando ella ni siquiera sabía qué significaban estas palabras, ya que el dogma había sido proclamado en Roma apenas unos 4 años antes…. Así, Bernadette hablaba a los suyos y al Obispo del misterio que la misma Virgen le había revelado, sin saber siquiera qué podía significar. Sin saberlo, Bernadette daba de esta forma una prueba irrefutable a favor de la Inmaculada Concepción.

Hace apenas unas semanas, en su Exhortación Apostólica Postsinodal “Verbum Domini” sobre la Palabra de Dios en la vida y la misión de la Iglesia, el Papa Benedicto XVI nos regala unas pocas páginas hermosas sobre la Inmaculada Virgen María, páginas que  me permito copiar y compendiar. Nos dice el Santo Padre: “para renovar la fe de la Iglesia en la Palabra de Dios, es necesario mirar allí donde la reciprocidad entre la Palabra de Dios y la Fe se ha cumplido plenamente, o sea mirar a María Virgen que con su a la Palabra de la Alianza y a su Misión, cumple perfectamente la vocación divina de la humanidad”.

“La realidad humana, nos dice el Santo Padre, creada por medio del Verbo, encuentra su figura perfecta precisamente en la fe obediente de María. Ella, desde la Anunciación hasta Pentecostés, se nos presenta como mujer enteramente disponible a la voluntad de Dios. La Inmaculada Concepción, la llena de gracia por Dios, la incondicionalmente dócil a la Palabra divina; Virgen a la escucha, vive en plena sintonía con la Palabra divina y conserva en su corazón los acontecimientos de su Hijo, componiéndolos como en un único mosaico.

 En el Magníficat resplandece con particular brillo la familiaridad que tiene la joven María con la Palabra de Dios: ella se identifica con la Palabra, entra  en ella,  y en este hermoso cántico de fe, la Virgen alaba al Señor con su misma Palabra. María habla y piensa con la Palabra de Dios, y la Palabra de Dios se convierte en palabra suya, de María, y su palabra nace de la Palabra de Dios. Así se manifiesta claramente que sus pensamientos están en total sintonía con los pensamientos de Dios, su querer es un querer con Dios. Al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, la Virgen puede convertirse en Madre de la Palabra encarnada”.

Queridos Hermanos: nos encontramos en una sociedad y un mundo que pretenden desacralizarlo todo, afearlo todo, como si tuvieran miedo a lo que es Bello y Bueno. Esto lo experimentamos a diario en los medios de comunicación y en el internet, en que se dedica muy poco tiempo, no digamos a lo sagrado, sino a lo que es simplemente bello y bueno. Por eso hoy son pocos los que tienen la oportunidad de gozar de un concierto de música clásica, escuchar una sinfonía; muy pocos tienen el gozo de mirar una obra de arte, o de poder ir a un espectáculo calificado. Las grandes mayorías están condenadas a la huachafería y a la morbosidad, al doble sentido, al degrado del deporte violento y tramposo que llena los estadios y todas las pantallas; y lo peor es que parecería que a esto se pretende educar nuestra juventud.

Podemos entonces comprender como en nombre de la tolerancia esta sociedad es totalmente intolerante con lo que dignifica, es incapaz de mirar a la Cruz, signo supremo del amor llevado hasta el extremo; y no puede contemplar a la criatura más bella de la creación  a la que el misterio de la gracia de Dios envolvía desde el primer instante de su existencia, porque destinada a convertirse en Madre del Redentor, preservándola de todo atisbo de pecado. Y es por ella, que nosotros podemos reconocer en ella, la altura, grandeza y belleza del proyecto de Dios para todo hombre, del cual ella es la primicia, un proyecto que nos llama a todos a ser santos e inmaculados en el Amor, a imagen de Cristo.

Por eso, queridos hermanos, a nosotros, a quienes se nos ha dado la gracia de conocer el misterio de belleza y gracia, no basta con que seamos limpios y santos, quedándonos mirando extasiados a nuestra Madre. La Iglesia, de la que ella es Madre, nos pide que hoy seamos testigos y  portadores del misterio de belleza, santidad y amor, a los demás, y en especial a quienes tal vez se han descuidado y han abandonado la fe y la Iglesia; nos pide que hagamos todo lo que está a nuestro alcance para colocar signos de santidad y belleza en las oficinas y mercados, en los colegios y las calles, y en todos los lugares, para así despertar en todos sentimientos y deseos de Bien y, al mismo tiempo, limpiar esos lugares de la fealdad moral para, a través de estos signos, dar mensajes permanentes de esperanza, belleza, serenidad y fraternidad.

En especial, la belleza y pureza de nuestra Madre, la Inmaculada, nos convoca para ser apóstoles de la vida, desde el primer instante de su concepción hasta el último aliento en la muerte natural; nos llama a defender la vida impidiendo el aborto y toda forma de manipulación; nos llama a formar a los niños en la fe y en la vida cristiana, en el amor a Jesús y a su santa Madre; nos llama a educar a los jóvenes en la fortaleza y el temor de Dios, para formarse  una conciencia recta, bien iluminada por el Espíritu, que oriente sus vidas hacia lo que es Bello, Puro y Bueno, y así puedan realizarse en plenitud. Nos llama a recordar a los adultos sus responsabilidades indeclinables e irrenunciables en los campos de su desempeño personal y profesional, humano y espiritual; nos convoca a todos, a la ternura y asistencia amorosa a los adultos mayores, que al atardecer de sus vidas necesitan de nuestra paciencia y cuidados, del cariño y el acompañamiento, como muestra del agradecimiento por lo que nos han dado, ahora que su cuerpo desgastado requiere de nuestro apoyo como del aire.

Como nuestro modelo, María nos enseña también el abandono total a la voluntad de Dios: ella acogió en su corazón al verbo eterno y lo concibió en su seno virginal. Ella se fió totalmente de Dios, y con el alma traspasada por la espada del dolor, no dudó en compartir la pasión de su Hijo, renovando su Calvario, al pie de la Cruz, ese que había dado un día en la Anunciación.

Por eso, hermanos, celebrar la Inmaculada Concepción es dejarnos guiar por ella para pronunciar también nosotros “el fiat” a la voluntad de Dios, con toda la existencia entretejida de alegrías y tristezas, de esperanzas y desilusiones; convencidos de que las pruebas, el dolor y el sufrimiento dan un sentido profundo a nuestra peregrinación en la tierra.

Que la Virgen Inmaculada, nuestra Madre, nos acompañe siempre en nuestro caminar hacia su Hijo, el Señor.

+ Monseñor Pacífico Adriano Tomasi Travaglia, Obispo Auxiliar de Lima