Del Cabo de Gata a Mojácar

Por Mundoturistico

En la comarca del Levante Almeriense, el Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar es un ecosistema protegido de indudable interés paisajístico, cultural, turístico y económico. Un amplio espacio de mar y tierra que atesora una gran riqueza histórica y biogeológica. Vulcanismo, endemismo, especies únicas y recursos humanos tradicionales ponen en valor una tierra singular y unas gentes que han sabido aprovechar un suelo árido y unos fondos marinos singulares de manera compatible con un medio ambiente protegido. Calas, senderos, actividades deportivas, bellas panorámicas, artesanía popular, rincones acogedores y un sol eterno que atraen a toda clase de visitantes. No lejos del geoparque, la mancha blanca de Mojácar, balcón escondido que mira al mar y a la montaña, es un pueblo con encanto que también ha conseguido convertir sus calles, sus playas, su luz y su tradición moruna en atracción turística de primera.

El Cabo de Gata cierra la margen oriental del golfo de Almería. A las afueras de la capital, desde la urbanización costera de Retamar, larga de paseo, playa y retamas, bajamos hasta alcanzar la pequeña localidad de Cabo de Gata, de sal y pescadores. Hay mercado. Continuamos por la larga y llana recta que transcurre entre la playa y las salinas para luego ondularse y trepar por la ladera del acantilado. Unos pocos quilómetros más de curvas cerradas y  estrechas nos ponen a la vista del mar, a la derecha, y del faro al fondo. Una última recta alargada nos deja en el aparcamiento.

El edificio del Faro de Gata, cerrado al público, fue construido sobre los cimientos rocosos de un viejo castillo de defensa costera para guiar a los barcos en una zona de arrecifes y naufragios. Sus inmediaciones son un mirador inigualable del paisaje volcánico y desnudo que lo rodea.

Paisajes de escándalo en Cabo de Gata

A sus pies, al fondo del acantilado, el Arrecife de las Sirenas asoma del agua en peligrosos picachos. Hay dos chalés muy cercanos y otros al lado del arenal vecino. Sendas de polvo y piedras que invitan al paseo se pierden entre los montículos oscuros y de muy escasa vegetación. Volviendo sobre nuestros pasos, con rumbo este, llegamos a San José, el corazón del parque, un pueblo blanco que se aprieta entre el acantilado, la playa y el puerto deportivo, con calas cercanas de película y senderos de tierra para los amantes de la naturaleza.

Algo más arriba, siguiendo la costa, La Isleta del Moro, pueblecito marinero con un islote que lo prolonga en el agua, nos sorprende con un barrio de pescadores venido a menos, las viejas barcas varadas en dique seco, un puertecito de cuento y, sobre todo, dos espectaculares miradores sobre el acantilado con una agradable panorámica de calas,  serranía volcánica y caminos de tierra que invitan al senderismo tranquilo. Al fondo, el Cerro de los Frailes, dos jorobas volcánicas pegadas y prominentes, cierra una postal semicircular de monte, mar y playa. *Si queréis conocer las playas de la zona os invitamos a leer otro post que tenemos sobre Cabo de Gata en 3 días.

Más alejado continuando la línea costera, en medio del levante almeriense, como un encalado colmenar guarecido en fuerte pendiente en los últimos coletazos de la sierra y mirando a la extensa llanura marina, un fresco de blanco, azul, verde y mineral, se nos va descubriendo poco a poco ya desde la carretera, el pueblo con encanto (y con rango de ciudad) de Mojácar, sin duda el más bonito de este litoral.

Mojácar, el pueblo con más encanto de este litoral

Estamos a casi noventa quilómetros de la capital provincial y a unos cuarenta de la frontera murciana. La carretera se empina y caracolea para anunciarnos la llegada, pero seguirá haciéndolo hasta lo alto del caserío. En la rotonda del aparcamiento desde donde accederemos a pie, nos recibe la Mojaquera del Campo, una estatua en bronce homenaje a la mujer local. Y ahora subir y subir para luego bajar y bajar, que las calles, más bien callejuelas de arco y escalera propias de su pasado árabe, se empinan y entrecruzan de lo lindo, dejando entre sí bellas placitas.

Hay un ascensor hasta el centro, eso sí, por si las fuerzas. Rodeando por el antiguo arrabal de la judería, cruzamos la Puerta de la Medina, arco y escudo, para acceder a la plaza del Ayuntamiento, con su espléndido ficus de ramificada fronda. Paredes encaladas, ambiente y flores, muchas flores. Entramos en la cercana oficina municipal de turismo y luego reponemos fuerzas en la sombría terraza de la plaza del Parterre, bajo los contrafuertes laterales de la iglesia parroquial, verdadera fortaleza de torres y sillares levantada sobre una anterior mezquita, como manda la historia.

Tras reconocer el monumento sacro (fuera, la Mojaquera Blanca lo acompaña, esta aguadera de cántaro y pañuelo, en mármol de Macael) subimos a la plaza Nueva, verdadera atalaya sobre los alrededores. Pero una panorámica más alta, casi sin fuerzas para subir nuestra última cuesta, es el Mirador de Castillo, la cima del pueblo, balcón construido en el emplazamiento de una antigua fortaleza de vigilancia, desde donde se abarca la vista más completa: las estribaciones serranas y el valle costero, el Mojácar de playa y huerta, de humedal y montículos, de huerta y arboleda, de chiringuito y fiesta, de sol y noche. Un oasis verde lleno de vida en medio del desierto. Luego de una breve pasada por las playas que llevan a Vera, buscamos la autovía para regresar al punto de partida.

Una última parada: Níjar

Pero aún haremos una parada en Níjar, pequeña localidad capital de una extensa comarca de sierra y costa, cuyo caserío trepa monte arriba. Están celebrando el carnaval en pleno centro, en la plaza de la Glorieta, entre la iglesia y el ayuntamiento; niños disfrazados y un grupo roquero amenizando al personal. Tras un breve paseo por las empinadas calles, de plaza en plaza, y unas cañas con sabor festivo, salimos llevándonos de recuerdo un pequeño indalo, símbolo de Almería.