Del desierto, a la utopía de construir la sociedad civil

Publicado el 26 febrero 2011 por Sofogebel
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Por Marcelo Cantelmi
Las revoluciones en cadena en el mundo árabe buscan poner de pie ciudadanos en lugar de súbditos y asegurar la equidad que diluya las perpetuas demandas sociales insatisfechas.La desintegración y colapso de la dictadura de Muammar Khadafi, aun pese al baño de sangre que ha desatado, es una lección elocuente de hasta dónde se ha corrido la raya que estos autoritarismos habían impuesto a sus pueblos . O, dicho de otro modo, hace evidente hasta qué punto las masas en la región han tomado nota de su poder para modificar la historia. Ese elemento homogéneo de conciencia civil es la característica que sobrevuela las rebeliones ya triunfantes o en camino en esta constelación de naciones y no sólo árabes, si se advierte la convulsión e inquietud que ha reaparecido en Irán. Ese proceso va de la mano con otras características comunes como el sojuzgamiento a que han sido sometidos por décadas estos pueblos en los que la represión política ha sido la herramienta para mantener un modelo con extraordinarias deudas sociales y mayorías en la miseria.
El resto es un mapa con muy diferentes matrices de poder.
En Libia , a diferencia de Egipto y en gran medida de Túnez, las dos naciones en las que comenzó esta revolución democrática, no existen ni siquiera de modo primario instituciones o lo que podría definirse en términos amplios como sociedad civil . Aquí la estructura del poder se arma por vía parental y entre decenas de tribus que tienen cada una algo en la pirámide de mando y que ha sido el tejido que aprovechó con habilidad Khadafi para controlar el país por nada menos que 42 años y convertirlo en un feudo privado.
El despotismo en ese entramado se ha ejercido aquí con niveles de desconfianza y características cercanas al disparate: el dictador llegó a darle el mando de un importante comando de artillería a un miembro de una tribu, pero el control de la gestión de la munición para esa misma unidad al representante de otra.
En un país de cerca de seis millones de habitantes, esa estructura tiene una importancia central. La mayor de las tribus, la Warfallah, rival antes pero enemiga jurada ahora del dictador, cuenta con un millón de miembros y se extiende por el occidente que era uno de los baluartes de poder indiscutido del régimen.
Pero quedarse sólo con esa caracterización de Libia es una simplificación, como también lo era sostener que la revolución en Egipto fue producto de los avances tecnológicos y a la cabeza de jóvenes con acceso a Facebook. Allí o acá lo que hay son grandes masas de la población que intentan romper con un sistema de explotación brutal y agravado como consecuencia de los efectos de la crisis económica global. Por eso en Egipto fue clave el ingreso de los trabajadores de las grandes industrias textiles, metalúrgicas y del Canal de Suez para sostener y amplificar la ofensiva que volteó a Hosni Mubarak.
El carácter de reivindicaciones sociales y no únicamente democráticas es el punto que no debe perderse de vista cuando se observa este páramo institucional . Es central porque eso también desnuda las razones de la dificultad que encuentran las variantes políticas religiosas para aprovechar esta enorme mudanza política. Esto también exige cuidado en miradas muy alejadas sobre la implicancia de la histórica rivalidad entre sunnies y shiítas, las dos principales ramas del islam, que es con lo que se intenta a veces explicar escenarios como la rebelión que crece en Bahrein. Ahí, una minoría sunnita domina a una mayoría del otro signo islámico, de modo que una primera aproximación sería que el sector más amplio avanza sobre la corona que ampara al más chico. Pero notablemente ambos grupos musulmanes pujan por la misma reivindicación democrática para convertir en república a ese principado mínimo aliado clave de EE.UU. Esa fusión de algo más que puntos de vista en aras de un objetivo superior es lo que también se notó con claridad en la rebelión egipcia, en la de Túnez, y se ve en la de Libia y en las otras que están en proceso.
El detonante de la crisis en Libia no fue resultado del entramado de tribus, ni de contradicciones religiosas, sino el arresto del abogado defensor de los derechos humanos Fahti Terbil de 39 años, quien representa a las familias de los más de mil presos masacrados por la dictadura en una protesta en 1996 . Esa detención, junto con las revoluciones en Túnez y Egipto, abrió el camino de antiguas demandas insatisfechas. Hasta donde se sabe, hace más de dos años que se viene amasando en Libia el camino de la rebelión . Terbil es ahora una de las figuras de este movimiento que, a diferencia de los otros, cuenta en su vanguardia con gente más madura pero de menor acceso tecnológico por el retraso en general del país. A ellos se suman las huelgas de trabajadores de refinerías muy importantes como la de Baslanuf y del complejo petroquímico en el Golfo de Sirte.
Pese a ello, el canciller italiano Franco Frattini ha venido advirtiendo sobre el peligro en toda la región de “un emirato árabe islámico en las fronteras de Europa”. Lo notable del comentario es que jamás ese gobierno o los otros del continente o EE.UU. sufrieron la misma alarma por negociar con Arabia Saudita, que es precisamente lo que Frattini denuncia con escándalo.
En verdad, lo que genera preocupación en ciertos círculos occidentales es la liberación democrática de toda esta corriente ciudadana en una región donde la Eni de Italia, así como otras grandes estructuras energéticas, tiene sus pies asentados. Libia coloca 70% de su producción petrolea en Europa, Italia se lleva 30% de ese caudal.
Esa alianza económica esta en la base de la mirada distraída del Viejo Mundo frente a los excesos del dictador a quien se le levantó todo tipo de sanciones en 2004 y fue recibido con honores en Italia. Una acción militar de la Otan sobre Libia, actualmente en análisis, podría más fortalecer que debilitar al dictador por una mera cuestión nacionalista, pero respondería quizás a la urgencia en las cumbres por garantizar un status quo futuro.
Esas contradicciones aquí y en el resto de la región han convertido en un daño colateral a las poblaciones en medida que ilustra siquiera en parte sobre por qué comenzó esto. Cifras de la FAO, la organización de alimentación de la ONU, afirman que el mes pasado el precio de los alimentos subió 3% después de romper en diciembre el récord de alza registrado en el inicio de la crisis económica global de 2007-2008. En Libia, donde la distribución es profundamente inequitativa y se importa 75% de todo lo que se come, esa alza tiene la forma de una bomba y así también en casi toda la región. No es la única razón de esta explosión, pero es una razón inevitable.
Fuente: clarin.com.ar