Lo que hace negar lo que de común hay en el otro acecha, sin embargo. La ideología, que abstrae los sufrimientos y el quebrar de las almas que sienten lo mismo que nosotros, simples peones en el juego de otros que fingen merecer ser reyes. El ego, que multiplicado, ansía y preludia el terror. La banalidad, del mal que ríe lo que destruye y del bien que finge lo que anhela impotente. La soledad que acosa los fantasmas irreales que pueblan las horas lentas de la gente y envenena su falta de sentido.
La extrañeza gobierna la masa y su confusión la dirige hacia territorios sombríos. Ser individuo es difícil y pertenecer a la tribu, exigente y desalmado. Contra la cumbre escarpada, miran la noche y se estremecen contra el cielo sin estrellas. Ciegos, buscáis el lenitivo, el antídoto que dé al desamparo un olvido. Rota y desquiciada, la marea busca rocas contra las que romperse y no encuentra el ideal grandioso que otorgue bravura a su desesperado empuje. Tristes, buscamos en grupo lo que en el ser humano puede salvarlo todo. No es fácil y exige sacrificio, aceptación y olvido, un precio que pagar y una voz que ahuecar en su formulación, tan sencilla y tan llena de espinas: la verdad.