Cuando buscaba en internet cosas sobre Hawái, aparecía recurrentemente una fotografía de un barquito al borde de una catarata de lava que caía al mar. Por ningún lado encontraba el tour que te ofreciese esto, y por más que buscaba, aparecían cosas que no tenían nada que ver.
Finalmente, en una de las fotos miré la firma del fotógrafo y le escribí por Facebook. Él me explicó cómo se hacía y me dijo el nombre de la compañía que te llevaba. Resulta que desde el 25 de Mayo de 2016 el volcán Kilauea está en erupción constante, soltando magma al océano y haciendo, por tanto, crecer la isla. Es un fenómeno natural único, poder ver cómo toca el mar la lava a unas temperaturas elevadísimas y rápidamente se solidifica formando las islas sobre las que se establece la vida.
Había diversas opciones para visitar, y yo elegí el tour que salía de madrugada y veía amanecer dando el sol de espaldas contra las rocas. Fue un madrugón de espanto, pero vaya si mereció la pena. A lo lejos se divisaba una pequeña mancha roja resplandeciente y una columna de humo. Según fuimos aproximándonos y fue saliendo el sol, el espectáculo no podía ser más bonito. Ríos de magma fluían y caían por los acantilados hasta el mar. Dicen que si aspiras mucho de ese humo azufroso, te puede destrozar los pulmones de golpe. Yo estaba un poco asustado por eso, pero los pilotos del Lava One (así se llamaba el barco hecho completamente en metal para resistir las altas temperaturas del agua) eran expertos esquivando las ráfagas de humo que llegaban. Igualmente el olor a azufre en algunos momentos se volvía insoportable. Era impresionante sentir las burbujas del agua hirviendo chocar contra la cubierta del barco. Esta, sin duda, va a ser una de las experiencias que no olvide jamás. Tuve la suerte de visitar estas remotas islas justo cuando un volcán se encontraba en erupción, y que además, esta erupción llegase al agua.
Después proseguí camino e hice una parada muy temprano (recién abrían las puertas del parque) en Lava Tree State Monument, una reserva geobotánica con árboles petrificados por una erupción pasada. Se quedaron carbonizados y se pueden ver los troncos de hace cientos de años. La reserva no es muy grande pero hay bastantes restos vegetales conservados por la lava, algunos de ellos todavía en pie.
Desde ahí me fui directo al famoso Parque Nacional de los Volcanes, donde hice primero la ruta clásica para ver la boca del volcán Kilauea explotando a los lejos, las fumarolas de humo que salen desde el suelo y las zonas de rocas de azufre, todo ello rodeado de una vegetación bastante frondosa. El centro de interpretación es muy interesante y los guardaparques te dan todas las explicaciones del mundo de la forma más amable posible. Es la primera vez en mi vida que tengo la sensación de que sobran guardaparques en un área protegida. Al final de este camino hay un museo que te explica la historia del parque y nociones básicas de geología de una forma bastante didáctica, vale la pena.
Luego tomé la ruta hacia la costa. Es una carretera muy interesante que va pasando por diferentes cráteres de volcanes extintos y tiene rotulados los años en los que fueron las erupciones que ya están secas. Además puedes ver los procesos de recolonización vegetal sobre esta lava antigua y pasear por un túnel de lava que termina en un pequeño parche de bosque húmedo. Muy interesante. Al final llegas a un arco de lava en el mar muy bonito, y de ahí sale un camino (que no me daba tiempo a hacer, pues quería hacer más cosas después) de unas 5 horas si no recuerdo mal, que te lleva a un acantilado desde el que puedes ver la lava cayendo al mar de nuevo.
Esta vez sí, ya habían pasado dos días desde el buceo, por lo que estaba listo para subir a Mauna Kea, previo paso por Rainbow Fall, una cascada no muy grande pero bonita porque cae en una piscina de agua donde yo diría, que si te dejasen, te podrías bañar. Una pena el sol de frente para las fotos, porque hay imágenes en internet muy bonitas. Por el camino me encontré con las cuevas Kaumana, que son unos tubos de lava tenebrosos, traté de entrar con la linterna del móvil y no conseguí dar dos pasos porque no se veía nada. Habría sido una bonita aventura de haber tenido una buena linterna.
Resulta que si Mauna Kea se midiese desde su base oceánica, mediría más de 10.000 metros de altura, y podría considerarse la montaña más alta de la tierra. Cuando llegué era niebla pura, y subí, y seguí subiendo, y entre curvas y curvas solo se veía niebla, pero cuando alcancé la cota de los 4000 metros, las nubes quedaron abajo, y el sol radiaba, y quemaba, y el infinito se veía hacia todos los lados. Me paseé entre los observatorios y disfruté como un enano de ese paisaje marciano y de esa extraña sensación de frío y sol que quema.
Y con un poco de melancolía descendí poco a poco sabiendo que mi viaje se terminaba...