Revista Educación

Del pasado y sus modelos “fracasados” al futuro “disruptivo e innovador”

Por Luisritx @luisritx
Escrito por Carmen Vicencio en Tribuna Querétaro
Dominar el discurso de la globalización del siglo XXI da prestigio. Lo moderno es abrir las puertas al mercado extranjero. Lo moderno es desmantelar el Estado de bienestar. Lo nuevo es que cada quién se rasque con sus propias uñas, que no sienta apego por su profesión.
En artículos anteriores he venido comentando el taller de formación socio-política, “Anhelos en movimiento…”, que tiene lugar en la Casa de la Vinculación Social de Carrillo Puerto, y que parte de la metáfora de la migración. Todos somos migrantes pues andamos en busca de una mejor vida, de un mejor país.
En esa metáfora viajamos en la nave que cada quien imagine. En cada puerto, nos detenemos a pensar sobre el mundo que nos ha tocado vivir; sobre cómo nos va en la vida con las condiciones que tenemos y qué podemos hacer al respecto.
Una sesión de ese taller planteó la disyuntiva: ¿hacemos escala en el mundo de los ancestros para aprender de su experiencia, disfrutar de sus paisajes naturales y de las delicias del amor y la comida, cocinados lentamente, o viajamos raudos y veloces a Utopía, en una nave superlumínica, con piloto automático y sin escalas?

Del pasado y sus modelos “fracasados” al futuro “disruptivo e innovador”

Utopía de Tomás Moro


La discusión permitió analizar debates muy actuales en la política, en las instituciones públicas, en el mundo empresarial, e incluso en los intercambios domésticos, cotidianos.
Frecuentemente recibimos mensajitos en el ‘whats’ que nos invitan a no preocuparnos por el pasado ni por el futuro. “La neta”, la vida, la felicidad están en el presente. ¿Para qué preocuparnos por lo que ya pasó o por lo que aún no es? Pareciera que regresamos a los tiempos del existencialismo: sólo importan el aquí y el ahora, la libertad individual en cada momento de la existencia; no importan las condiciones materiales ni las estructuras socioeconómicas; tampoco importa lo que les suceda a los demás con nuestras decisiones.
Ese individualismo “libre” y hedonista o “positivo” forma parte también de la ideología neoliberal. El presente está compuesto de instantes, sobre los que “cada quien decide”.
Otros mensajes ponen el acento en el futuro. En la ‘era exponencial’, en la época de la ‘economía del conocimiento’. En esta perspectiva, estudiar historia, es perder el tiempo. Tampoco tiene caso dedicarse al difícil proceso de construir nuevos conocimientos, de rumiar planteamientos complejos para lograr una mejor comprensión, de pensar juntos en voz alta para entender lo que pasa; basta estudiar computación, pues “todo está en internet”.
De nada sirve revisar el camino recorrido, cuando el progreso está al frente. La esposa de Lot, convertida en estatua de sal, es un antivalor. (‘Ya supérenlo, hay que dar vuelta a la hoja’, espetó Peña a los padres dolidos de Ayotzinapa).
Tampoco tiene sentido recuperar lo que otros han construido, pues eso “perdió vigencia”. En la ‘modernidad líquida’ (Bauman), lo pertinente es fluir; no detenerse nunca. Borrón y cuenta nueva. Se impone el imperio de la moda rápida. También se impone el “chingón disruptivo innovador”, que presume de ir siempre a la vanguardia (siguiendo las tecnologías más avanzadas del Japón o de Shanghái).
Dominar el discurso de la globalización del siglo XXI da prestigio. Lo moderno es abrir las puertas al mercado extranjero. Pemex pasó de moda. Lo moderno es desmantelar el Estado de bienestar, que daba importantes servicios públicos y ciertas garantías a la población: educación, salud, estabilidad laboral. Hoy eso huele a viejo, a “proteccionismo caduco”. Lo nuevo es que cada quién se rasque con sus propias uñas, que no sienta apego por su profesión y ande más bien de mercenario vendiendo su tiempo al mejor postor, brincando de un puesto a otro. Lo nuevo es comer Maruchan con Coca-Cola, mientras se está en la chamba. Detenerse a preparar chilaquiles con frijoles y sentarse a desayunar, como Dios manda, es perder tiempo.
Hablar del trabajo campesino (¿quién produce lo que comemos?), del cuidado de la Madre Naturaleza, de la defensa del territorio, del agua, de las entrañas de la Madre Tierra, de los saberes milenarios de nuestros pueblos originarios; hablar de la economía solidaria, del trueque o de otras formas de intercambio de objetos, de servicios o saberes, en las que no media el dinero; hablar de compartir, en lugar de competir; hablar de nuestros valores locales, de México o Latinoamérica, más que presumir nuestras relaciones internacionales, es descubrirnos “trasnochados”.
¿Qué es pues lo más pertinente?, ¿recuperar las enseñanzas del pasado o librarnos de ellas para fluir ligeros hacia el futuro?
Como dice Guajardo: ‘Vivimos un cambio de paradigma y la globalización nos empuja cada vez con mayor fuerza a un individualismo y a una fragilidad social, mientras que el rescate de las culturas milenarias nos impulsa a la comunidad. Esto nos coloca como habitantes de dos mundos, en medio de disyuntivas y contradicciones...’
Lo que sí está claro es que el enano del presente, puede ver e ir más lejos, trepado en el gigante de la historia, que pretendiendo ver al futuro desde su frágil pequeñez.
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