Del “Por ahora” de Chávez a “El tiempo de Dios es perfecto”de Odreman.

Publicado el 11 octubre 2014 por Jmartoranoster

Gladys Emilia Guevara

Debo comenzar diciendo que para el momento en que escuché la primera declaración pública de los insurrectos de 1992, conocía a Chávez tanto como hasta hace escasos días tuve conciencia de la existencia de Odreman. En otras palabras: no los conocía en absoluto, y por una acción mediática ahora ambos pasaron a formar parte de referentes históricos de inmensa significación para tratar de explicar, no sólo cómo actúa el poder desde el Estado-gobierno, sino también cómo las emociones y los esquemas de representación de pueblos colonizados y neocolonizados sobre “lo heroico” y la “construcción de sociedades más justas”, se activan –desde ese mismo poder deliberadamente, y en ocasiones en forma espontánea consciente o no, desde la actuación de los líderes sociales− para producir determinados comportamientos en los colectivos sociales.

Cuando adelanto esta primera observación, lo hago con el propósito de que se entienda que al igual que la mayoría del ciudadano promedio venezolano, desconozco los intringulis de esa “para-política” que siempre surge a la sombra del poder y que le permite a los individuos ejercer su control, y en el peor de los casos, perpetuarse en él. Y aunque nunca me ha gustado expresarme sobre lo que desconozco −si bien no puedo hacer ningún tipo de declaración a priori sobre los últimos hechos en los cuales pierden la vida a manos de organismos del Estado que a todos luces violan los derechos humanos de estos compañeros y de gran cantidad de personas de la zona, cinco ciudadanos venezolanos jóvenes, quienes además ejercían una defensa pública y notoria del gobierno de turno− tengo el derecho y el deber de extraer de todos estos sucesos, ciertas conclusiones que nos permitan a las personas sanas y honestas que somos la mayoría del pueblo venezolano, generar mecanismos de defensa contra un poder constituido que como élite, se jacta de tener derecho y competencias para gobernarnos.

Hugo Chávez entra en el escenario político venezolano a través de una acción violenta que un grupo de militares juzgaron legítima y justa en aquella ocasión, en la cual los politiqueros de turno encabezados por los partidos COPEI y AD, desangraban el erario público y diezmaban a la población pobre venezolana. No obstante, es su primera declaración mediática lo que lo catapulta a la fama. Su discurso valiente y responsable cala en lo más hondo del dolor ancestral del pueblo, y se revela como potencial esperanza para el avance de los más vulnerables. Su ascenso, pues, en popularidad y aceptación, como todos lo sabemos, fue in crescendo, aupado por unos medios privados que no entendieron en un primer momento que su cobertura –primero a favor, y luego en contra− fue la primera plataforma propagandística del líder, que activando ciertos signos ancestrales en la memoria colectiva del pueblo venezolano, en menos de una década llegó al poder y lo ejerció durante el tiempo que le alcanzó la existencia.

Chávez, erigido ya como el mejor comunicador que haya conocido Venezuela, nos convenció de la necesidad histórica que reclamaba el país, e incluso este continente, de que las “élites gobernantes” fuesen “personajes progresistas” que encarnaran gobiernos de ruptura con los intereses de “viejos oligarcas”. Y así, muchos que antes calificaban de dictadura al gobierno cubano, producto de los esquemas ideológicos que se inoculaban en el pueblo, se dejaron guiar por el discurso de Chávez, y a partir de entonces –producto ya del fanatismo y no de una conciencia clara sobre la dignidad ejercida por ese pueblo caribeño− gritaron loas a favor de Fidel, y luego de Raúl Castro, y gritos de repudio contra la administración Bush y luego contra Obama. “Chávez le abrió los ojos al pueblo”, solían comentar, mientras en el escenario latinoamericano comenzaban a surgir mediáticamente “políticos” argentinos, bolivianos, chilenos, hondureños, ecuatorianos… que amparados en estas condiciones creadas desde tierras venezolanas, se permitían activar también en la memoria colectiva de sus pueblos, la esperanza de tener “gobiernos” si no socialistas, en el mejor de los casos, “aliados” con los más humildes.

Esa esperanza se sostuvo en Venezuela mientras duró el impacto carismático –y mediático− de aquel personaje guerrero venido de la llanura barinesa. Todo su poder y habilidad discursiva quedó encerrada en aquella “Flor de Los Cuatro Elementos” que le construyó lo mejor del arte arquitectónico venezolano. Y sus sucesores en el poder, herederos de corruptelas, mafias, graves errores económicos y una ausencia total de control y fiscalización de los reconocidos avances que en materia de pago de la deuda social al pueblo, habían comenzado a ejecutarse desde la llegada al poder de Chávez, no han encontrado la forma de desarrollar siquiera algunas competencias en materia gerencial, para convencer a la población de que ciertamente heredaron un proyecto político que garantiza el adecuado funcionamiento de un Estado en el cual el pueblo debería ser productor de sus propios bienes y servicios, y en el cual la operatividad del mercado no sólo dependa de una supuesta “disposición democrática” de los empresarios venezolanos.

Nunca ha sido falso que la oligarquía venezolana le tiene declarada una “guerra económica” al ciudadano de a pie: ¿No es acaso un acto congénito de violencia el reparto de las riquezas y el “régimen de propiedad privada” en este territorio y el resto de los territorios del mundo? ¿A quiénes deben sus respectivos capitales los empresarios venezolanos? ¿a su trabajo arduo o la explotación inhumana del obrero y el trabajador? ¿A quiénes expropiaron (¿”robaron” María Corina?) la clase media y alta de este país de sus territorios ancestrales? Pero que a más de quince años de iniciado un supuesto proceso “revolucionario” de carácter institucionalista en nuestras tierras, los funcionarios del gobierno sigan achacándole a la derecha y a los empresarios capitalistas la debacle que hoy vivimos, no es más que parte de una estrategia del poder para activar el externalismo (atribuir la culpa de errores siempre a causas externas) y en consecuencia alentar deficiencias cognitivas en la población, tales como la centración, la monocausalidad, la percepción episódica de la realidad, la impulsividad, la sensiblería y el pensamiento maniqueísta.

No pude conocer a Odreman, pero sus últimas declaraciones me hacen pensar que este compañero –guiado por intereses personales, colectivistas o revolucionarios, no lo sé− fue víctima de este huracán que −discúlpenme los hipersensibles del chavismo− no tiene nada de revolucionario.

A través de los videos observamos a un hombre que habla con voz emocionada de la indignación que le produjo ver asesinados vilmente a sus compañeros. Su voz se quiebra de dolor y rabia. Se siente traicionado por ese poder que hasta ahora ha defendido, hasta dar −tal y como finalmente lo hizo− su propia vida. Pero ese acto final (afortunadamente para él, para su memoria y la nuestra) no fue de defensa del poder, sino en apoyo a su dignidad y a la de sus compañeros. Aunque no conocí a Odreman, ese acto final de autenticidad, merece mi mayor respeto. Y lo siento compañero, tal y como el Che define que es “ser compañero”: un ser humano capaz de temblar de indignación cada vez que se cometa una injusticia en el mundo”. No así las declaraciones guabinosas y lacayas del tal “Chino” Carías, uno de los voceros de los Tupamaros, las cuales hablan terriblemente mal del estado de descomposicón ética en la cual también han caído, estimulados por un Estado corruptor, muchos colectivos sociales en áreas de gran concentración de población urbana.

“El tiempo de Dios es perfecto”, dice repetidamente en sus postrimeras declaraciones, en franca alusión no sólo a sus creencias religiosas, sino a la convicción de que vive en un mundo que opera sobre la base de fenómenos de causa-efecto que tarde o temprano terminan por imponerse y revelarse en su justa dimensión. Oigo sus palabras y en ese instante justo, dejo de ser yo, me olvido que Odreman era un ex policía y de todo lo que ese hecho lleva implícito, y soy él y sufro con él las consecuencias del caos en el cual vivimos…

A estas alturas de mi vida, formando parte indiscutible del pueblo pobre venezolano, en mis intentos por tratar de sobrevivir y salir más o menos ilesa, desde el punto de vista de la libertad de pensamiento, en un territorio influenciado por la cultura capitalista; cuestiono la funcionalidad de las consignas destinadas dizque a conducir emotivamente a los pueblos a la consecución de metas. Las cuestiono por inauténticas y manipuladoras. Sin embargo, reivindico su poder originario y reflexivo:

¡Odreman y Chávez viven! Viven y vivirán siempre que aprendamos a identificar y superar los errores de esos compañeros, siempre que aprendamos a no conferirle a ningún individuo poder sobre el resto de sus congéneres. Viven y vivirán, si somos capaces de mejorar el sentido que tuvieron sus vidas, si somos capaces de construir nuevas formas de convivencia e intercambio entre nuestros pueblos, para beneficio de nuestros hijos y de futuras generaciones.

  martieducador@gmail.com