Del tesoro, la fortuna y las luces de Cifuentes

Publicado el 07 abril 2012 por Mamerogar

07/04/2012 1:01:35

 


Por Mercedes Rodríguez García

 

Una gran llanura que solamente alteran pequeñas elevaciones diseminadas por el sur, de este a oeste. El Oasis villaclareño. Un municipio en cuyo territorio abarca 415,90 kilómetros cuadrados, habitados por 28 mil 655 hombres y mujeres.

  

Una de estas últimas nació en Maguaraya arriba y no puede «olvidar los tiempos en la campiña». Pero ahora, que vive en la cabecera del municipio, reconoce que Cifuentes también tiene su encanto:

«Es un pueblo tranquilo, de gente humilde, sencilla», afirma Yoanka González Pérez, la ciclista que decidió mudarse con su mamá, ángel tutelar insustituible de la primera campeona mundial y medallista olímpica cubana,  ahora en espera de una hija, que nacerá dentro cuatro meses.

«Una vive en cualquier lugar y no hay nada como el terruño, que de pequeño no deja de ser grande por su riqueza espiritual… ¿Qué no tiene Cifuentes que yo deseara? Por supuesto, un área para prácticas de ciclismo. ¡Aunque ya eso es soñar demasiado!».

Pero no imposible, le digo a partir de lo que ya había visto en la fábrica de conservas de Matas, una «fabriquita» que data de 1943, y donde todo el proceso transcurre de forma artesanal, gracias a la inteligencia e inventiva de quienes reparan, crean y sustituyen cada una de las añejas piezas o componentes, por ejemplo, de las esteras de selección, «que se rompen cuando uno más embullado está», al decir  de Leikel Hernández Mora, el joven jefe de mantenimiento.

«La tecnología data de 1920, así que ni hablar de monoreductores, cadenas, ejes o bandas de goma nuevos. En buen estado solo queda el acero, y eso, porque es inoxidable. Ya hace falta una reparación general», añade.

Bien lleva puesto el nombre, etiquetado en cada envase: «Los Atrevidos». No saben quien se lo puso, aunque suponen que fue su antiguo dueño, cuando la construyó de madera y guano, con los mismo tres tachos que tiene ahora, pero entonces movidos a humanos y riesgosos paletazos.

Sus trabajadores  se ofenden cuando le dicen que la fábrica parece «una vieja con colorete». Mas, a pesar de las inevitables arrugas y los achaques propios a los 69 años de existencia, resulta incuestionable la calidad  de sus diferentes reglones productivos, descritos con detalle por el tecnólogo Jailes Michael López Tejera:

«De aquí salen en envases de diferentes capacidades y también a granel conservas de frutas en almíbar, mermeladas, compotas, salsas, y nuestra pasta de guayaba, que sale en potes, tiene calidad certificada. Los vegetales marinados tienen mucha aceptación por los consumidores, sobre todo nuestro producto insignia que es la col con pimiento y tomate».

«Mire, nuestras producciones se han ido diversificando y aumentando de año en año», aclara Reinaldo Fernández Camacho, administrador en funciones.

«La cuestión es no parar y procesar todo lo que tenemos convenido con la agricultura. Tenemos 62 trabajadores que promedian 42 años. Su experiencia, disposición —y si se quiere, coraje— junto con la estabilidad de los suministros harán posible el cumplimiento de plan de producción anual, que en físico y mercantil es de mil 599, 5 y mil 203,5 toneladas métricas, respectivamente, y en valores, de 5 millones 867, 7 pesos, que incluye la moneda convertible».

Y como de agricultura hablamos bueno sería conocer el organopónico de Palmarito, «el mejor de todos los que caminó Tartabull», como fanfarronea ingenuamente José Ramón Ortiz León,  quien se ufana del tamaño de los rábanos que allí cultivan. Y bravo que se pone cuando le digo que prefiero los pequeños porque son más «picantes» y  lucen más bonito en la fuente de ensalada.

José Ramón está muy preocupado porque se ha roto la turbina  El pozo tiene 23 metros pero el agua está solo  nueve de la superficie. Anda como loco pensando dónde enrollarán el motor. «Pida ayuda, porque de esta agua se sirven otras entidades de los alrededores», le sugiero. «¡Bah!», dice y chasquea la lengua. Le capto y trato de no robarle su preciado tiempo.

Son 66 cámaras, 14 cultivos, entre ellos zanahorias, remolachas, acelgas, lechugas, coles, habichuelas, tomates y… ¡fresas! , y dulces. Se dan bien en esta tierra.

¿Y ahora sin agua? ¿Tendrá Ramón que ir a buscarla en carretilla a la Cueva del Muerto, bien conocida antaño  por su fuente de agua potable? ¿Deberá pedirle ayuda a Ñiki-Ñake, el güije de Cifuentes criatura de los ríos que vive «Los Pocitos» ese negrito alegre, fiestero y juguetón, y que nunca encontró Yoanka en sus periplos por el Maraguaya arriba? ¡Ojalá que Ramón no tenga que esperar una noche de luna muy clara, ni salta cercas y si camina sobre los tejados para que le reparen el motor de «su turbina».

Sin embargo en el combinado de hormigón el preciado líquido sí que corre con fuerza y constancia. Sin el agua sus talleres tendrían que detenerse. Por eso bien la aprecian y ahorran «tanto como la electricidad», como acertadamente compara Norberto Hernández Madruga, desde hace seis años al frente de la fábrica.

Si faltara el agua imposible haber producido hasta la fecha 176 mil 240 bloques de hormigón, elemento constructivo de alta demanda, y comercializado fundamentalmente por la red interior de comercio.  O las bien afamadas baldosas, distinguibles por su calidad, así como  pasos de escaleras y mesetas de fregadero.

—Venderle al MINCIN, ¿lo considera un reto?

—Sí, Se trata de un producto que se vende caro, a cinco pesos la unidad. Pero como también sucede con las baldosas, ya tenemos un bien ganado prestigio en Cuba. Son escogidas por su resistencia granometría, corte perfecto y otros parámetros que deciden la preferencia.

—Ustedes fabrican también el mortero (cemento) de cola, pero solo se puede adquirir en sacos de 45 kilogramos…

—Pronto comenzaremos a envasarlo en bolsitas. Por ahora producimos para las obras de la cayería norte. Es un producto muy valioso porque sustituye importación, aunque si lo utilizan en construcciones hogareñas menores, como forrar una meseta, te va a demorar un poco en fraguar.

—¿Contento o satisfecho?

—Contento, no me puedo quejar de un colectivo obrero que responde y del cual me siento orgulloso. El salario promedio que devenga cada trabajador es de 605 pesos, incluso, reciben estimulación en divisa. Exigimos productividad con calidad. Nuestro plan de producción mercantil  para a etapa se cumple al 111 % y el de utilidades al 134%. El de ventas está al 97%, pero no tenemos acumulación en el área de almacenamiento.

—Entonces la fábrica marcha sobre rieles…

Y no precisamente de los que repara la Unidad Empresarial de Base (UEB) de Vías y Puentes, perteneciente a Ferrocarriles de Cuba, encargada de velar por el mantenimiento y arreglo de las vías que cubren el este-noroeste de Villa Clara. Cuarenta brigadas asentadas en Cifuentes y  en Santo Domingo.

«Nos toca responder por la seguridad de las vías, muy deterioradas en todo el país, pero por suerte contamos con las fuerzas especializadas, medios y equipos para emprender los mantenimientos y reparaciones, según el caso y que pueden ir desde ligero a capital», explica Jorge Montegudo, director de la UEB cifuetense.

Reforzada con efectivos del Ejército Juvenil del Trabajo (EJT), este año pretende trabajar a lo largo de 31 kilómetros de rieles, tarea nada fácil por lo rudo e itinerante de la vida a campo abierto. Mas no hay temores, ni quejas. Ni miedo a aparecidos, madres de agua, brujas o güijes. Ni a las apariciones de espíritus deambulan fundamentalmente de noche por caminos y guardarrayas.

Todo ello queda para la mitología cifuetense donde recurren mujeres vestidas de blanco que persiguen jinetes, perros que echan candela por la boca, luces y aparecidos que dicen donde hay dinero enterrado.

¿Dinero enterrado? Es posible, como no. En las manos y cuerpos de gentes como Yoanka, Leikel, Jailes, Reinaldo, José Ramón, Norberto y Jorge, y los que no hablan en este reportaje pero que pueblan el pintoresco oasis de trabajo.

¿Fortuna? Sí. La de sus notables, intelectuales, artistas y deportivas con renombre nacional e internacional; la de sus héroes y mártires, la de sus patriotas.

¿Luces? Las de su simbólica farola. Las del sol que alumbra y activa. Las de la luna que les inspira noches tranquilas. Las que quizás un día iluminen la pista soñada por Yoanka. Las que, seguramente no podrán divisar en el futuro sino aseguran el presente.

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