El tiempo es un intangible de altísimo valor, comenta en la revista Ethic [El valor del tiempo, 24/10/2024] la escritora María Novo. Marca los ritmos de nuestras vidas, influye en los estados de ánimo, nos permite reposo cuando necesitamos calma… Es un recurso no renovable que no se puede guardar ni acumular. Nos pertenece, salvo cuando interviene el mercado y pone precio a las horas de trabajo que ocupan una parte fundamental de nuestras vidas. Aun así, generalmente resurge fresco en las etapas de descanso, como una ocasión para la libertad. Porque conviene recordar que disponer de tiempo es uno de los condicionantes de la libertad. La pregunta es si sabemos valorarlo, si lo usamos de acuerdo con nuestras prioridades o si, por el contrario, lo despilfarramos o ignoramos.
La dimensión temporal está presente en todas las esferas de la vida. Es más, de cómo la utilicemos depende en gran parte el destino individual y colectivo de nuestras sociedades. Las relaciones con la naturaleza, los vínculos comunitarios, los proyectos personales, todos ellos están influidos por los usos del tiempo. Evolucionan de una u otra forma según el ritmo que les impongamos.
La naturaleza tardó millones de años en formar el petróleo. Nosotros lo hemos consumido prácticamente en trescientos años a una velocidad infinitamente mayor. Esa aceleración en la extracción y consumo de los bienes de la Tierra es la causa fundamental de los problemas ecológicos que hoy nos afectan: pérdida de biodiversidad, extinción rápida de especies, contaminación, cambio climático… Hemos hecho un mal uso del tiempo, sobrepasando los límites de la biosfera. Guiados por la lógica del beneficio inmediato, estamos destruyendo la lógica de la vida.
En el plano social y humano, disponer de tiempo de calidad es imprescindible para crear y mantener los vínculos comunitarios y las tareas de cuidados. Ambas cosas se desvirtúan cuando se hacen con prisa. Vamos corriendo a todo y, en el camino, perdemos activos de inmenso valor, como la calma, el cultivo de los afectos y la solidaridad.
Las prisas, la aceleración constante, la productividad y la eficiencia (cómo conseguir mayores beneficios, cómo crecer más a cualquier precio, cómo acumular más riqueza…) son una prioridad en nuestros días. El tiempo, los ritmos vitales, han quedado sometidos a ellas. De ahí el estrés que presentan muchas personas y el escenario de desigualdad social que hoy nos es familiar.
Un desarrollo humano y comunitario armónico requiere unos tiempos de calidad y el acoplamiento de nuestros ritmos a los de la naturaleza. Nos plantea preguntas que nos desafían: ¿cómo utilizar los bienes de la Tierra respetando sus límites y sus pautas de reposición y regeneración? ¿Cómo distribuir equitativamente los frutos del desarrollo, incluyendo entre ellos los tiempos de calidad? ¿Estamos educando a nuestros niños y jóvenes para que sepan valorar y defender su tiempo o simplemente para que sean útiles al mercado?
Urge un cambio de gran alcance que nos devuelva el sosiego individual y colectivo. Necesitamos rescatar los valores que perdimos en estas sociedades materialistas. Felizmente, en muchos lugares el proceso está en marcha. Ahora se trata de unirnos a él y amplificarlo, avanzando en su misma dirección: caminar al ritmo del alma, que se mueve despacio.