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Deliciosa comedia negra: Ocho mujeres y un crimen (1938)

Publicado el 11 febrero 2013 por 39escalones

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Leigh Jason dirigió en 1938 esta Ocho mujeres y un crimen, cuyo título original en inglés The mad Miss Manton (algo así como La loca de Miss Manton), quizá se asemeja más exactamente al contenido global del breve metraje (apenas 80 minutos) que, en cualquier caso, supone una pequeña maravilla de ese subgénero tan prolífico, especialmente en los años 30, que es la comedia de crímenes.

Melsa Manton (Barbara Stanwyck, que se luce bien a gusto en su faceta cómica) capitanea un grupo de frívolas muchachas neoyorquinas adineradas de la exclusiva zona de Park Avenue, famosas por sus “travesuras” públicas, la mayor parte de las cuales traen de cabeza a la policía, en particular al teniente Brent (Sam Levene), que ya se las conoce y suele hacer caso omiso de sus disparatadas denuncias o persigue con desgana sus aparatosos desmanes resultantes de sus desenfranadas fiestas de madrugada (como el robo de un semáforo, por ejemplo). De vuelta de una de esas fiestas, a las tres de mañana, mientras Melsa pasea a sus perritos antes de acostarse, descubre un cadáver en una cercana mansión abandonada. Tras dar el correspondiente aviso, el teniente Brent y su esforzada brigada comprueban que no existe tal cadáver. Es un ejemplo más de la fábula de “que viene el lobo”, por lo que, aun siendo cierta la denuncia, la policía no la toma en serio, y es Melsa la que decide investigar por su cuenta con sus siete amigas, a cual más chiflada (un ejemplo de diálogo: “tú registrarás la planta superior”; “nunca he sido una individualista, así que iremos todas”; “eso es comunismo…”). Desde el comienzo de la investigación se ve involucrado un periodista, Peter Ames (Henry Fonda, mucho más físico, elocuente, sonriente y agitado que en sus más conocidos papeles),  que suele recoger en su columna las peripecias de este grupo de señoritas de la alta sociedad, y que se ve mezclado en las alocadas averiguaciones, que se vuelven más amenazadoras y reveladoras cuando aparecen nuevos cadáveres y la policía empieza a tomarse en serio el asunto. Además, mientras asisten a la evolución del caso, un efecto atracción-repulsión comienza a producirse entre Melsa y Peter, y eso incrementa los riesgos para ambos, tanto el de ser asesinados como el de verse… enamorados.

Una magnífica joya producida por los estudios RKO que contiene en las dosis justas los elementos necesarios para proporcionar un divertimento elegante, sofisticado, inteligente, ingenioso, a ratos incluso hilarante, y con emoción y suspense. El comienzo de la historia, con las ocho chicas convertidas en un grupo de detectives aficionadas roza la perfección. Los diálogos y las situaciones son chispeantes, los intercambios de ingeniosos comentarios sarcásticos sobresalientes, y la interacción con el grupo de policías, supuestos profesionales que resultan ser tanto o más frívolos e irónicos y mucho más patanes que las jóvenes, es un prodigio de gracia y tacto guasón en el tratamiento del choque de sexos. La aparición de Peter introduce el elemento romántico, que en ningún caso es sentimental o azucarado, sino que alimentándose de ese choque de sexos, aderezado con la divergencia en la procedencia social, los malos entendidos y el alocado, variable e impredecible comportamiento de Melsa y sus compinches, genera situaciones cómicas muy estimables. A mitad de metraje, cuando van conociéndose datos sobre la intriga que rodea las distintas muertes violentas que se han producido, se revela la identidad de los sospechosos y se localiza a la mujer desaparecida (a través de una pista lograda por las detectives amateurs: el tipo de tinte que solía usar y el reducido número de peluquerías donde estaba disponible) que puede ser la clave de la investigación, la película decae en el empleo del humor y predomina más la intriga, la resolución de un cada vez más alambicado caso que va adquiriendo complejidad, que se va embrollando a medida que aparecen nuevos cadáveres y nombres a considerar en la lista de sospechosos, si bien con continuos guiños a la relación ambivalente de Peter y Melsa y a su continua confrontación con el teniente Brent (ese periódico cogido con un alfiler al trasero del ayudante del fiscal), si bien el resto de chicas desaparece hasta el momento final, en el que retornan como una especie de pelotón de rescate o de fuerzas especiales que acude para reducir al malo, la secuencia de acción que pone fin a la trama, o a las tramas, tanto la criminal como la matrimonial. En la labor de mantener el ingenio durante todo el metraje destaca asimismo la gran Hattie McDaniel (“McDaniels” en los créditos), meses antes de Lo que el viento se llevó, que interpreta a la criada de Melsa, que gobierna en la casa como si fuera un general, por encima de las amigas, de los pretendientes, de la policía o incluso de la propia Melsa, y que con sus observaciones socarronas ofrece impagables píldoras de ingenio y comicidad.

En suma, una pequeña delicia que en su primera mitad incide en los aspectos más aprovechables de la screwball comedy (diálogos ácidos, vertiginosa verborrea, repletos de ingenio, lucha de sexos, equívocos, gags visuales…) y que con el paso de los minutos, sin perder agudeza y el tono ligero y amable, va encadenando el humor a una historia de intriga excepcionalmente acompañada por la música de Roy Webb, que alterna las melodías inquietantes propias del suspense con divertidas piezas de aire cómico, y la estupenda fotografía de Nicolas Musuraca, uno de los grandes operadores del cine en blanco y negro, que lo mismo retrata lleno de luz un lujoso salón de un costoso apartamento de Park Avenue que ilustra, en clave de cine negro, con su acostumbrado empleo de claroscuros y sombra amenazantes, el turbuluento y lúgubre lugar del crimen, o también las obras del metro en el subsuelo de Nueva York, que ofrecen una de las pistas concluyentes de la trama (y por las que deambula el fordiano John Qualen).

Película muy recomendable tanto para quienes disfrutan de las alocadas comedias del periodo clásico como para los seguidores de las películas de intriga, especialmente del subgénero “comedias con muerto”.


Deliciosa comedia negra: Ocho mujeres y un crimen (1938)

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