Más tarde, tomo un baño, y pienso que eso me refrescará, pero es una falsa ilusión, que no sé por qué sigo albergando. Los objetos cambian de tamaño y rotan, el vacío los mastica despacio, igual que a nuestra carne. Me miro al espejo y sigo siendo una anciana en silla de ruedas a la que nadie visita, cuyo único aliciente es volverse a conectar el oxígeno, al lado de la misma enfermera que odia su trabajo, enjabonándole el culo. La vuelvo a aventar, esta vez hasta que se cae de espaldas.
—¿Cuántas veces te he dicho que estoy lisiada de las piernas, no de los brazos, y me puedo tallar yo? Ya te gustó manosearme.
La enfermera se desintegra en el suelo mojado como una barra de queso crema. El piso se inundó por la lluvia que entra a raudales por el techo corroído. Yo estoy sentada en la tina vacía de este asilo abandonado de paredes podridas. Con gran alivio cobro conciencia de que otra vez tuve la pesadilla de que seguía viva.
Imagen: Hospital abandonado en Berlín, autor desconocido.