De corazón y científicamente es probado que si pones un pollito en el agua se hunde. Por ese entonces disfrutaba de un suave pelaje amarillo y aún desconocía mi triste final. Tenía una fuerte fijación por el agua y la limpieza, y el gallinero no era el mejor sitio para mantenerme limpio.El momento más especial del día era cuando llenaban los cubos, yo me tiraba como un loco hacia ellos antes de que los demás se pusieran a beber y me la ensuciaran toda. Nunca aprendí la lección y siempre acababa en el fondo suplicando ayuda. Mis compañeros asomaban sus picos mientras yo iba ahogándome poco a poco, menos mal que ya me conocían y tenían la cuerda preparada para rescatarme; aunque tengo que decir que a veces tardaban en tirarla, les gustaba verme sufrir.
Autora del texto: Érika González Leandro