Así, se habla de “avalanchas” y de “millones de migrantes” que aguardan cruzar el Mediterráneo para alcanzar las costas europeas, como si se tratase de una invasión imposible de contener y que podría llegar a desestabilizar nuestras prósperas y confortables sociedades cual ataque de los bárbaros. Tampoco se aportan cifras comparativas de la migración ni de su proporción con respecto a la población, sino de una continua y parcial cuantificación mediática de pateras o asaltos de alambradas en Ceuta y Melilla para colegir, a reglón seguido, que una desorbitada presión migratoria desborda nuestra capacidad de acogida de unos inmigrantes que intentan acceder al continente europeo en busca de alguna oportunidad que los aleje de los riesgos que corren en sus países de origen a causa de guerras, calamidades, miseria y hambre.
Detrás de esta demagogia con la migración existe una sutil y eficaz estrategia política para conquistar el poder por parte de partidos radicales de ultraderecha que desean aplicar recetas soberanistas, supremacistas, aislacionistas y hasta racistas allí donde logran gobernar, como en la Hungría de Viktor Orbán o la Italia de Giuseppe Conte y Matteo Salvini, que atentan contra los principios fundacionales de la Unión Europea y la Carta de los Derechos Humanos de la ONU. El miedo a los migrantes es, por tanto, un mecanismo demagógico constantemente propalado entre la población con el objeto de atraer el apoyo popular que necesita esa derecha intolerante e intransigente para llegar al poder, en una acción concertada que extiende una versión actualizada del fascismo nacionalista en Europa.
Y es que apelar a las emociones, despertar bajos sentimientos y espolear instintos egoístas es sumamente fácil cuando previamente se inocula miedo e incertidumbre, exagerando un problema que no es tal, cuando se criminaliza al foráneo y se le acusa de todos nuestros males, cuando se presenta al otro como una amenaza que viene a quitarnos lo que nos pertenece, a destrozar todo lo que tenemos. Una demagogia que se dirige al segmento inseguro, desprotegido y crédulo de la población, al más vulnerable a causa de la desigualdad provocada por unas políticas económicas neoliberales y no por culpa de los inmigrantes. Todos los nacionalismos utilizan esta estrategia demagógica para lograr el refrendo de sus propósitos, ya sea entre nosotros mismos, como hacen los independentistas catalanes, o contra los migrantes, como hace la ultraderecha soberanista y xenófoba europea, y hasta contra todo el mundo, como intenta Trump con su “américa first”.
Por no ser, no son siquiera subsaharianos, como podría deducirse de las informaciones periodísticas, los mayores contingentes de inmigrantes que llegan a España, a pesar de la frontera común que mantenemos con el norte de África. Venezuela, Marruecos, Colombia, Rumania y Reino Unido son los países de procedencia de la mayoría de inmigrantes. Los migrantes en situación irregular, los que no disponen de permiso de residencia y trabajo, los “sin papeles”, son, como hemos señalado, una cifra pequeña en comparación con la totalidad. Pero son los más vulnerables y los peor tratados, no sólo físicamente, sino incluso por la opinión pública, cuando en realidad no constituyen un problema de magnitud relevante. De hecho, ayudan a nuestra economía, como lo demuestran las seis regularizaciones de inmigrantes que España ha acometido en los últimos tiempos, bajo los gobiernos de González, Aznar y Zapatero, sin distinción ideológica.