Demasiadas banderas

Publicado el 13 octubre 2020 por Jcromero

Mal debe andar el patriotismo hispano cuando, de un tiempo a esta parte, exhibe la bandera de manera tan exagerada. Hasta hace poco solía verse en edificios y bastaba solo una para oficializar cualquier acto. Pero ahora, cuando una parte de la clase política se ha lanzado a la hegemonía de lo simbólico y a señalar al discrepante como enemigo de España, aparecen por cualquier parte.

El gol de Iniesta impulsó el fenómeno de colgar banderas en ventanas y balcones de domicilios particulares. Aquella fue una exhibición festiva que, de alguna manera, simbolizaba la unión constitucional: un manchego, jugador del equipo que para la inmensa mayoría de los catalanes es més que un club, materializaba la hazaña futbolera más relevante de la selección española. Siete años más tarde, en 2017, el fenómeno tiene otro punto álgido coincidiendo con la tensión institucional entre Cataluña y España. Entonces desapareció el júbilo y al grito de ¡A por ellos!, este país se precipitó hacia una orgía de banderas bastante ridícula. Se trató de una competición pueril, tal vez soez, por ver quien colgaba más banderas o quien exhibía la más grande.

Desde entonces la proliferación de banderas es evidente. En las manifestaciones, tantas como manifestantes. En rueda de prensa, acaso para distraer de lo esencial, un fondo inacabable de banderas. Y un día cualquiera, un parque, una playa o cualquier otro lugar, amanece con más de 50.000 banderas; sin duda alguna para acabar con el virus causante de la pandemia.

Telas y colores que tapan y ocultan, porque para la ocasión lo importante es la simbología. Donde se ponga una bandera, qué importa la gente y sus necesidades, qué valor tiene la investigación y la ciencia cuando estamos a un paso de taparlo todo con una enorme bandera y volver al histórico ¡que inventen ellos! Y es que resulta que el de las banderas es el reino, si lo prefieren, la república de los sentimientos, de las emociones, de las convicciones de pertenencia a una tierra, a una opción política, a una reivindicación más o menos justa, más o menos peregrina.

La bandera de una nación cualquiera no es un objeto en sí mismo sino que aspira a ser un símbolo común de todos sus ciudadanos. Quienes se la apropian, convirtiéndola en símbolo sectario, deberían recordar que sus colores pretenden representar a todos y que el patriotismo es un concepto que nada tiene que ver con pasear al perro atado a la correa rojigualda y con una bandera en la mascarilla.

¿Por qué y para qué se agita la bandera? La opción más conservadora de la sociedad y de la política enarbola la bandera con un españolismo zafio y excluyente. Frente a ellos, algunos mostramos cierto desafección por la simbología constitucional y es que, a pesar de que en su día se quitara el pajarraco negro, hay quien no olvida que la dictadura tapaba sus crímenes y sus otras vergüenzas con la bandera.

En cualquier caso, su peligro estriba cuando son usadas para excluir, ofender, esconderse o atacar. Una lástima que el deseo de Gustave Flaubert no se haya hecho realidad: "Están tan manchadas de barro y sangre que deberían desaparecer de una vez".