El Estado, que es, probablemente, el peor invento de la raza humana, está hoy en crisis, quizás mas en crisis que nunca antes, como consecuencia de su rotundo fracaso en el siglo XX, el siglo más sangriento e injusto de la Historia humana, y de no haber encontrado todavía un sitio en este siglo XXI que se perfila como un siglo de ciudadanos.
El Estado, los gobiernos y la clase política crecieron hasta la locura durante el siglo XX, un siglo sin ciudadanos en el que el Estado fue el gran protagonista, que pasará a la historia no como el siglo de las guerras mundiales, sino como el del Estado fracasado. El Estado, en el terrible siglo XX, demostró ser un manirroto sin remedio, un represor desenfrenado y un asesino despiadado. Durante ese siglo digno de olvido, los estados asesinaron casi a un centenar de ciudadanos, no en los frentes de batalla, sino en las retaguardias, como consecuencias de persecuciones, matanzas étnicas, experimentos de ingeniería social y lucha contra enemigos invisibles. Nunca antes en toda la Historia el Estado alcanzó tanto poder como en el siglo XX y nunca antes el fracaso del Estado fue tan estruendoso.
El mundo ha afrontado el siglo XXI con deseos de cambio y de recortar las alas a un Estado cuya presencia ha sido obsesiva y asfixiante, pero el Estado, que ha acumulado demasiado poder y se ha blindado, se niega a adelgazar y entregar el poder a los ciudadanos. El siglo XXI se inicia con una lucha entre ciudadanos y políticos, paralela y complementaria de otra batalla entre los que otorgan prioridad a lo colectivo y los defensores de la persona, entre los que quieren un Estado intervencionista, que lo controle todo, y los que deseamos un Estado reducido a su mínima expresión, que deje a los ciudadanos recuperar su protagonismo y solucionar los problemas.
El balance del Estado es desolador. Ha reclamado poder casi ilimitado y ha llegado a controlar las finanzas, la cultura, la fuerza bruta y hasta la vida humana, sirviéndose de legiones de asesores y servidores, cobrando impuestos muchas veces abusivos, pero no ha sido capaz de solucionar ni siquiera uno solo de los grandes problemas de la Humanidad, que sigue padeciendo hambre, desempleo, desahucios, inseguridad, desigualdad, injusticia, arbitrariedad, abuso, corrupción y mil otras carencias. Los políticos, dueños y gestores de ese Estado hipertrofiado, se han convertido en un problema porque, atiborrados de poder y de privilegios, se han atrincherado en el Estado y se niegan a dejarlo, a pesar de que su fracaso es inmenso y obsceno.
El Estado se ha convertido en un monstruo ineficaz y opresor del que se han apropiado los políticos y del que han sido expulsados los ciudadanos. Esos políticos fracasados, usurpadores de un Estado que fue concebido como el hogar de todos los humanos que compartían un proyecto común llamado "nación", son los artífices principales de la crisis que hoy asola al mundo, los que han sido incapaces de controlar el sistema financiero, los que han gastado cien veces más de lo que tenían, endeudándo a sus pueblos hasta límites críticos y enloquecidos, lo que generan desconfianza, dolor, injusticia y desesperación con sus actuaciones, lo que se sienten insolentemente impunes y cada día acumulan más odio de los ciudadanos..
La presencia del Estado en nuestras vidas es agobiante, pero la gente, que ya percibe claramente al Estado como un obstáculo para el progreso humano, está dispuesta a desprenderse de ese lastre en un siglo XXI, que será el siglo de los ciudadanos. Ese es el verdadero núcleo de la crisis actual.
La refundación del Estado, esta vez bajo férreo control de la ciudadanía, es y será la gran meta de este siglo y el objetivo que movilizará a miles de millones de descontententos en todo el mundo, dispuestos a cambiar la actual política por otra en la que construir un mundo mejor y más justo sea posible.