No es el primer niño con juegos extraños... este es otro.
Demasiado juego
Saltó otra vez, con fuerza. El piso de madera crujió y tembló, algunos muebles oscilaron.
―¡Basta! ―gritó su madre, de espaldas, desde la cocina.
Chilló también la vecina de abajo.
El niño sonrió astutamente. Volvió a trepar, hasta donde sus cabellos rozaban el techo. Balanceó los brazos, dobló las rodillas… Saltó.
El piso, cansado de los embistes, abrió un hueco.
La vecina retuvo el grito mientras lo veía caer a través de su techo, y su piso.
Mientras el niño seguía bajando, su madre soltó un suspiro.
―Por fin haces caso. Ahora quédate quieto un poco, te llevaré la merienda.
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