Revista Opinión

Demasiado odio en la política española

Publicado el 02 noviembre 2016 por Franky
La política española está llena de odio, de ese odio peligroso que engendra violencia y abre las puertas a la guerra. Con ese odio en la sangre y en la mirada, muchos de nuestros actuales políticos son un verdadero peligro para la nación, para los ciudadanos y para la convivencia en paz. Hasta ahora, era conveniente librarnos de ellos porque eran corruptos, pero ahora, además, son una amenaza mortal para la paz y el futuro. ¿A qué se debe ese drama? Hay varias razones, pero sobresalen dos: la primera es el mal gobierno, que con sus injusticias, abusos y arbitrariedades, provoca dolor, angustia, desesperación y odio en la sociedad; la segunda es la consecuencia lógica del odio sectario sembrado por algunos de nuestros políticos, como los nacionalistas en Cataluña y el revanchista odio sectario de Rodríguez Zapatero. --- Demasiado odio en la política española Lo que contemplamos en el Congreso y en los palacios donde gobiernan los políticos, esa falta de valores y ese odio concentrado que nos causan tanta vergüenza e indignación, son los últimos coletazos del bipartidismo corrupto en agonía y quizás también el final del régimen tramposo y falsamente democrático fundado en 1978.

El discurso de Rufián, el odio supremo al PP que infecta a los socialistas, el resentimiento revanchista de Pedro Sánchez y toda esa clase política que nos llena de bochorno cuando la vemos actuando y gobernando no es un reflejo de la sociedad española, sino un cuerpo extraño, un esputo o quizás mejor un cáncer, que ha crecido y nos ha colonizado desde la política, alimentado por la parte peor de la sociedad, y que ha terminado apoderándose del Estado y controlando nuestras vidas.

No es cierto que los españoles tengan los gobernantes que merecen. Los españoles son mucho mejores que sus políticos y es imposible contemplar en la sociedad tanta miseria y suciedad como la que se concentra en los palación del poder, ministerios y sedes de los partidos.

La política es mucho peor que la sociedad, mucho peor. El odio, la falta de valores y la tendencia a delinquir que se perciben en la clase política superan con mucho a los existentes en la sociedad. Y lo más grave es que los niveles de odio son más altos entre los jóvenes. El discurso de Rufián es un monumento a la bajeza, como lo es también el totalitarismo que anida en algunos políticos españoles recién llegados al poder.

Las cuchilladas dentro del PSOE y la mirada de revancha resentida que proyecta Pedro Sánchez son también manifestaciones de la bajeza de la clase política y de la podredumbre que reina en los palacios, ministerios e instituciones del Estado.

La duda es saber si todo ese odio bajuno y criminal es producto del asco, del mal ejemplo o de la pésima educación. Yo creo que es hijo de los tres. Si el auge del independentismo es hijo del asco que produce una España gobernada con injusticia, arbitrariedad e ineptitud, el odio que se exhibe en las tribunas del Congreso es también hijo del mal ejemplo que los políticos han exhibido desde la muerte de Franco y de ese empeño rastrero y vil de la clase política por maleducar y embrutecer al pueblo porque creen que así es más fácil dominarlo y disfrutar de los abusos y privilegios sin que el rebaño se rebele.

Los pactos secretos del ex secretario general de los socialistas, Pedro Sánchez, con los peores enemigos de España para alcanzar la Moncloa, deshechos por el golpe de mano de los barones socialistas, así como la posterior trifulca entre los socialistas y la operación de caza, captura, acoso y derribo de Sánchez son también imágenes del odio y la bajeza reinantes en España, como también lo es el odio visceral del socialismo al PP.

Pero quizás la muestra más elucuente, trascendente y vomitiva del odio y la degradación reinantes ha sido la de un pueblo que elige a Rajoy como presidente y que se alegra porque es el menos malo de la clase política éticamente depauperada, a pesar de que han quedado demostradas su convivencia con la corrupción, su afición a la mentira, su tendencia a incumplir lo que promete y su elitista lejanía de todo lo que huela a pueblo y ciudadanía.

Hay ejemplos indignantes a diestro y siniestro. No hay calificativo suficiente para valorar el daño histórico y moral que todavía se sigue produciendo en España en virtud de la ley de memoria histórica, alumbrada por Rodríguez Zapatero y mantenida por Rajoy. Ya hace años que aquél nefasto gobernante ofreció en bandeja de plata a Santiago Carrillo el derribo ilegal de la última estatua de Franco que había en Madrid, como regalo de cumpleaños. Posteriormente, han ido cayendo uno tras otro cientos de monumentos o placas que hagan relación a cualquier personaje que tuviera alguna relación con la media España que no se resignó a ser pisoteada por el comunismo en 1936. En Barcelona, se expone, para público aquelarre, la figura de un Franco decapitado para alborozo de los más cobardes.

Pensar que un personaje como Pedro Sánchez tiene opciones de regresar y hacerse con el poder en el PSOE es para llorar porque su operación política y su llanto, en el fondo, son únicamente la rabieta de un tirano que quiere conseguir por métodos revolucionarios lo que le negaron las urnas. Se trata de ese leninismo puro y duro que creíamos muerto pero que ha anidado y florece en casi todos los partidos políticos actuales, de izquierda y de derecha, una fe perversa que les lleva a ser antidemocráticos, a marginar a los ciudadanos, a ser dictadores y a intervenir desde el poder más allá de lo que es prudente y justo.

Que casi seis millones de españoles voten comunismo en este siglo XXI, cuando el totalitarismo de Stalin y Lenin es mundialmente reconocido como la peor tiranía de la Historia y la mas sanguinaria y letal, es para concluir que España está gravemente enferma y que su clase política debería ser internada en manicomios o institutos donde se reeduque con eficacia a las personas dañadas, se las resetee y se les devuelvan los valores y espíritu humano que se han dejado por los caminos de la ambicion, la arrogancia y el ansia de poder y privilegios.

Francisco Rubiales


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