Recuerdo que conseguí mi primera bicicleta cuando mis amigos ya estaban hartos de jugar con las suyas. Me llegó tan tarde que, al poco, tuve que olvidarla en casa cuando mis padres se trasladaron a otro país del que jamás he regresado, salvo en dos ocasiones: una, para enterrar a mi madre, muerta en el extranjero; y otra, para visitar a mi hermana que pocos años después también moriría. Entre ambos óbitos, el de mi padre, que fallecería entre el cariño de una nueva familia y nuevos hijos, de los que yo ya no formaba parte. Tales encuentros con mis orígenes han sido, en realidad, despedidas para quien ya iba tarde a una inútil recuperación de la memoria familiar. Reencuentros que, en sí mismos, eran tardíos para emprender cualquier reconciliación. Fue entonces cuando tuve la certeza que durante toda mi vida había llegado tarde a lo importante que ella me pudiera deparar. No había más que repasarla para darse cuenta.
Cuando he querido recuperar el tiempo perdido, otra vez era tarde. Estudié periodismo cuando las canas me delataban entre los pupitres de la facultad para satisfacer unos peregrinos deseos infantiles por escribir y garabatear en un papel lo que no era capaz de articular verbalmente, para descifrar mis pensamientos y temores e inventar historias que me fueron negadas en la realidad. De nada me sirvió porque, al llegar tarde, ni profesional ni personalmente supuso transformación alguna en quien está atado a sus rutinas y desconfía de los saltos en el vacío. La escritura sigue siendo un vicio onanista que se consuma en la soledad en la que el tímido se refugia para dialogar con sus demonios, y el periodismo, un título que adorna una pared de ese refugio. Igual que aquellos anhelos de libertad que siempre representó una motocicleta que te permitiría huir en solitario hasta donde el Sol se oculta, sin más compañía que la del viento, pero para lo que se requiere la preceptiva licencia de conducción. Fui por dos veces suspendido y traicionado por la escasa fe del que lo da todo por perdido. Indefectiblemente, era demasiado tarde para imaginar ser joven y libre. De ahí esa sensación con que se puede resumir una vida, la mía.