Todo este abuso desquiciante que nos conduce al desastre ocurre sin que los españoles, acostumbrados ya a sorprenderse cada día con nuevos escándalos de corrupción, agresiones al pueblo y abusos de poder, hayan puesto el grito en el cielo.
Los políticos de izquierda que gobiernan España hablan de un país democrático para sentirse amparados por el sistema y por haber surgido de las urnas, pero la realidad es que el Estado español es bastante indecente, si se le somete a un juicio imparcial. No es democrático porque incumple las normas básicas de la democracia, careciendo de poderes independientes y separados, controles suficientes al poder político, ni posee una ley que sea igual para todos, ni una sociedad civil fuerte e independiente, que sirva de contrapeso al poder político, ni una prensa independiente y capaz de fiscalizar a los poderes, ni permite la participación de los ciudadanos en la política, ni tiene leyes capaces de reprimir la corrupción y el abuso. Pero tampoco es decente porque está infectado por una corrupción que ha anidado, con especial ferocidad, en las altas instancias del Estado.
Durante décadas, el país ha sospechado que el rey, cabeza del Estado, era un comisionista que se enriquecía aprovechándose de su cargo, al mismo tiempo que creía que los políticos estaban robando y saqueando el país. Lo grave del asunto es que los ciudadanos creen que es verdad, como reconoce Transparencia internacional, una institución mundial que se sorprende de que la inmensa mayoría de los ciudadanos de España crean que sus dirigentes son ladrones.
Los dos grandes partidos políticos, el PP y el PSOE, por el número de causas abiertas ante los tribunales, mas bien parecen asociaciones de maleantes que partidos políticos democráticos. Muchos juristas dicen que si en España existiera una Justicia independiente y solvente, ambos partidos, junto con los nacionalismos golpistas e independentistas vascos y catalanes, ya habrían sido precintados y declarados ilegales.
El Estado que nos han construido ofrece a los ciudadanos un "balance" sobrecogedor y, en algunos aspectos, pavoroso. España ocupa puestos muy altos en el ranking mundial del tráfico y consumo de drogas, la trata de blancas, el alcoholismo, la prostitución, el blanqueo de dinero, la delincuencia política, el fracaso escolar, la baja calidad de la enseñanza, el desempleo, el endeudamiento público, el despilfarro, los privilegios de la clase política, el avance de la pobreza, la falta de horizontes profesionales para los jóvenes, el divorcio entre los ciudadanos y la clase política, el hundimiento de los valores y otras muchas suciedades y carencias.
¿Quién puede sentirse orgulloso de ese Estado? ¿Qué español decente no se siente llamado a luchar contra los políticos que nos conducen al desastre? En España, ser rebelde y antigobierno es un deber ineludible para toda persona honrada.
Francisco Rubiales