Hoy ha sido de nuevo noticia la protesta de las activistas de Femen, un grupo feminista que desde Ucrania, ha extendido su influencia hasta España, y cuyo frente de batalla principal se centra en la reforma de la ley del aborto promovida por el PP. El debate en torno al aborto es harto complicado, ya que nos coloca en una encrucijada de responsabilidades civiles, éticas y morales, pues es susceptible de multitud de análisis, opiniones y pensamientos contrapuestos. Es por lo tanto un riquísimo debate. Pero desgraciadamente, suele ocurrir que aquellos debates más ricos se extrapolan al contexto político, que los acaba por socavar definitivamente, convirtiéndose en arma arrojadiza que usan partidos, asociaciones y ciudadanos en general.
En situaciones de este tipo conviene recordar que la democracia, como el cuerpo enfermo de cáncer, ve crecer un tumor en determinada parte de su cuerpo, pero la ceguera ante la enfermedad acaba por lanzar una metástasis sin retorno que al final, abre más frentes y dificulta la intervención.
Podemos seguir extendiendo debates y debates sobre cientos de temas, pero seguiremos viviendo un espejismo: la democracia no debería limitarse a la libertad de elección. Hay que negarse a pensar que no existen más herramientas a nuestra disposición aparte de este sectarismo cuatrienal, que nos hipoteca inevitablemente a las maniobras del partido ganador, ya sean buenas o malas.
Sobre el aborto o sobre la libertad para acudir a una corrida de toros en mi comunidad autónoma, da lo mismo, es indecente ver como un gobierno en solitario legisla sobre la libertad ciudadana, sobre sus responsabilidades civiles, o su moral ética.
Un voto en una urna cada cuatro años parece ser el único instrumento de control que el pueblo tiene en una democracia, cuando el desacuerdo en cada legislatura está tan a la orden del día, que habría que depositar uno a la semana.
Hoy ha sido de nuevo noticia la protesta de las activistas de Femen, pero es una mala noticia. Porque eso significa que nuestra democracia se está muriendo, porque la estamos matando entre todos. Porque seguimos sin darnos cuenta de que el cáncer comienza cada cuatros años, porque pensamos que una papeleta en una urna nos libera automáticamente de nuestros malestares, pero no hacemos otra cosa que dar carta de libertad. Dar consentimiento para que hagan con nuestra libertad lo que les apetezca. Yo no quiero votar cada cuatro años. Quiero hacerlo siempre que quiera. Quiero votar sobre la subida de los impuestos y de la luz. Mi hermana quiere votar sobre el derecho al aborto. Y la tuya puede que también. Mis padres quieren votar sobre la bajada de los subsidios. Y los tuyos puede que también. Yo nunca voto por nada de esto. Ni tú tampoco. Porque se nos promete, no se nos propone. Se nos obliga, no se nos pregunta. Y es muy triste. Si la democracia existe, como el aborto, debería ser sagrada. No divina, pero si digna de veneración y respeto.