La democracia no existe, no puede existir, simplemente porque el pueblo, por sí mismo, directamente no puede gobernar, tiene que delegar en algunas personas que lo hagan por él y esto deriva forzosamente en una especie de aristocracia política en la que el gobierno de la “res publica” recae en unas pocas personas especialmente elegidas para ello, lo que, en principio estaría bien si no fuera por su inmediata forma de corrupción, la oligarquía, que, según del DRAL, es “1. f. Gobierno de pocos.2. f. Forma de gobierno en la cual el poder supremo es ejercido por un reducido grupo de personas que pertenecen a una misma clase social”.Entonces ¿por qué nos empeñamos tanto en hablar continuamente de democracia?Porque intentamos desesperadamente justificar lo que sucede en este mundo basado íntegramente sobre la mentira.La mentira está implícita en el propio lenguaje, que nació y se estableció como un elemento más de dominación.La palabra se originó en la necesidad de convencer a los otros para que hicieran lo que nosotros queríamos.Y el deseo de persuasión no repara en obstáculos, no se detiene ante nada y por eso surge históricamente la mentira como medio indispensable de convicción para que los otros acepten lo que a nosotros nos conviene.A partir de este momento, la mentira se impone como forma de comunicación. Decimos “buenos días” al vecino que aborrecemos a muerte y juramos que amamos a la mujer que estamos engañando con otra, al propio tiempo que intentamos convencer a nuestros empleados de que nuestra mayor preocupación es su bienestar, mientras tratamos de rebajarles el sueldo.Pero la mayor expresión de la mentira se concreta en el comportamiento estrictamente político, en los prolegómenos que nos encaminan a la conquista del poder, y, luego, una vez alcanzado, todo no es sino una insuperable falacia con la que engañamos a los crédulos ciudadanos con promesas que no sólo no pensamos cumplir sino que son la antítesis de lo que realmente pretendemos: nuestro propio beneficio personal, el de nuestras familias y el de nuestra clase.Y la culminación de este engaño reside en lo que hemos dado en llamar democracia, que un gran ingenuo, Lincoln, que murió asesinado precisamente por su ingenuidad, definió como el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.Pero el pueblo directamente no puede gobernar porque no habría lugar en el mundo que pudiera albergar tan inmanejables asambleas, de modo que tiene que hacerlo mediante lo que se ha dado en llamar instituciones representativas.Y, aquí, comienzan los fraudes.Para que hubiera una auténtica representación, la elección de los representantes debería hacerse mediante un procedimiento de absoluta pureza, lo que es imposible humanamente porque, con el pretexto de informarle, lo que realmente se hace es convencerle como ya antes apuntábamos mediante la mentira.Y mienten más y mejor los que más poder tienen, o sea, los dueños de los medios de comunicación, para cuyo establecimiento se necesitan miles de millones de la moneda que ustedes elijan, o sea, que toda elección política está esencial y directamente manipulada por el poder.De modo que los genuinos representantes de los ciudadanos son precisamente aquéllos que los dominan, de donde hablar de democracia no es sino una soberana irrisión.Y es que la verdad, la auténtica verdad, la única verdad en política la expuso con soberano cinismo el príncipe de Lampedusa: “es preciso que todo cambie para que todo siga igual”, la mejor síntesis del espíritu conservador que yo haya leído nunca.