Democracia vacía

Publicado el 22 junio 2010 por Javiermadrazo

El presidente Barack Obama llamó ayer a Zapatero para felicitarle por las últimas iniciativas que ha tomado en relación con la reducción del gasto social y la reforma laboral.  No deja de ser un sarcasmo que quien se define como socialista y quien se presentó ante el mundo como el garante del cambio en Estados Unidos actúen ahora, ante la crisis económica, como brazos ejecutores de decisiones ajenas, que el mercado les impone para salvaguardar sus privilegios a costa de desmantelar el estado del bienestar, cuando lo lógico hubiera sido desarrollarlo y  reforzarlo en una coyuntura adversa como la actual.

La democracia cada día está más débil y sus instituciones nunca han estado más vacías de poder y capacidad de maniobra. La soberanía reside en el Parlamento, nos dicen, pero sabemos que quienes mandan de verdad no están allí sino en grandes despachos blindados, ajenos al escrutinio público y ajenos también al veredicto de las urnas. En muchos casos, desconocemos hasta sus nombres y, por supuesto, sus acciones escapan de toda crítica, que recae en sus esbirros, que son quienes dan la cara por sus tropelías.  Me gustaría que Zapatero y Obama, algún día, nos contarán a quién obedecen y qué armas de chantaje o seducción utilizan. Tal vez entonces, podría recuperar parte de la confianza perdida en la política.  

Mientras tanto, me quedo con una nota, escrita en febrero de 2009 por José Saramago, que hace referencia a la banca y al dinero. Dice así:

¿Qué hacer con estos banqueros? Se cuenta que en los primordios de la banca, allá por los siglos XVI y XVII, los banqueros, por lo menos en Europa central, eran por lo general calvinistas, gente con un código moral exigente que, durante cierto tiempo, tuvo el loable escrúpulo de aplicarlo a su profesión. Tiempo que sería breve, visto el infinito poder corruptor del dinero. En fin, la banca mudó mucho y siempre para peor. Ahora, en plena crisis económica y del sistema financiero mundial, comenzamos a tener la incómoda sensación de que quien saldrá mejor parado de la tormenta serán precisamente los señores banqueros. En todas partes, los gobiernos, siguiendo la lógica del absurdo, corrieron a salvar la banca de los apuros de los que, en grande parte, había sido responsable. Millones de millones han salido de las arcas de los Estados (o del bolsillo de los contribuyentes) para reflotar a centenares de grandes bancos, de manera que puedan retomar una de sus principales funciones, la crediticia. Parece que hay señales graves de que los banqueros se crecieron, considerando abusivamente que ese dinero, por estar en sus manos, les pertenecía, y, como si esto no fuera suficiente, reaccionan con frialdad a la presión de los gobiernos para que se ponga rápidamente en circulación, única manera de salvar de la quiebra a miles de empresas y del desempleo a millones de trabajadores. Está claro que los banqueros no son personas de confianza, la prueba es la facilidad con que muerden la mano de quien les da de comer.