Demócratas sin exigencias

Publicado el 09 enero 2017 por Jcromero

Editoriales, primeras páginas, columnas y titulares dirigen el debate político conforme a sus intereses empresariales y partidarios. La política asume esta subordinación prestando más atención a los medios de comunicación que a los ciudadanos, a las encuestas de opinión que a la opinión de sus representados, al titular del día que a las soluciones de las demandas sociales y, llegado el caso, disputa el sillón de turno como si el ego de cada político fuera lo importante. Así las cosas, no es de extrañar que la democracia difumine su carácter representativo para convertirse en una bufa representación obscena en demasiadas ocasiones.

Ceguera, cesarismo y, mientras tanto, la derecha más indigna en el poder por obra y gracia de un decepcionante apoyo electoral y el injustificable ensimismamiento autodestructivo de la izquierda. Seguir a los partidos políticos y a sus representantes, produce cansancio y transmite la sensación, tal vez incierta, de que trabajan para la despolitización de la sociedad y para la irrelevancia de las organizaciones políticas. Algo parecido sucedió con los sindicatos cuando, entre la derecha política y sus poderosas terminales mediáticas, la desidia social, la interminable siesta de la izquierda a la caza de sus fantasmas y las propias organizaciones sindicales, fomentaron la sensación de que eran prescindibles, poco útiles.

La derecha económica y sus organizaciones políticas y mediáticas siempre lo han tenido claro; prefieren una sociedad dividida, desorganizada y entretenida en nimiedades para manipularla mejor. Sin embargo, desconocíamos que el centro izquierda y la izquierda caminaban en la misma dirección. A falta de un proyecto teórico y programático, se nos ofertó lo nuevo con ínfula de revolución; lo nuevo como ilusión y necesariamente mejor que lo viejo. Se nos publicitó el cambio y, con más o menos entusiasmo, lo compramos. Pero el río de la desesperanza, serpentea de aburrimiento y decepción cuando apenas comienza su curso. En poco tiempo hemos comprobado cómo la nueva política es un espacio que alimenta nostálgicos de las viejas formas. ¿Recuerdan aquello que dicen dijo Alfonso Guerra sobre quienes se mueven y las fotos? Pues eso, todos firmes y a obedecer. De lo contrario, ya sabes, una gestora por aquí o una campaña en Twitter con un hastag paternalista y tóxico por allá.

Mal síntoma que la democracia funcione ajena a los ciudadanos. Cuando esto sucede, la democracia actúa como simple sistema de dominación apoyándose en unos partidos que cada día funcionan más como agrupación de electores y herramientas de control que como organizaciones ciudadanas para la defensa de sus intereses. Cuando de los partidos se esperan soluciones alternativas y que ofrezcan razones, puntos de vista y argumentos pero sólo ofrecen una disputa virulenta por el poder, surge la confusión que alimenta el desencanto.

La democracia abandonada por los ciudadanos no es democracia. La democracia no está en las instituciones ni en la legislación, tampoco en los partidos y sus líderes; la democracia está en la ciudadanía. No hay democracia sin implicación ciudadana, sin la intervención de los ciudadanos en los asuntos que afectan a sus vidas, sin la participación colectiva en la construcción de la convivencia social, sin el compromiso más allá de participar cada vez que se convoque a las urnas para delegar en los llamados representantes. Esta democracia actual, necesita un manual de supervivencia con instrucciones para el proceder de los ciudadanos, la labor de los partidos y la función de los líderes.

Como parece que no somos exigentes, que no tenemos agallas ni lucidez suficiente para cambiar el sistema, al menos, deberíamos mejorar la forma de elegir gobierno y evitar que indignos y corruptos nos sigan gobernando.

Es lunes, escucho a Hod O'Brien:

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