La semilla de Europa nació en el momento en que la Grecia de los clásicos emprendió la aventura de colonizar a sus vecinos, exportando cultura, conocimientos y una forma de gobierno -la Democracia- que había nacido en las plazas de sus ciudades.
Hoy me apena pensar que esa idea ha comenzado a desquebrajarse precisamente porque ese mismo país pretendió ejercer lo que parece el acto democrático por excelencia: un Referendum Nacional. Por tal motivo he tenido que escuchar, en numerosos medios y en boca de "reconocidos demócratas": que la idea griega de consultar al pueblo era un total despropósito.Cada día siento menos pasión por una Democracia que -lo entiendo ahora- siempre me han sobrevendido y cuya idea, cuando vivíamos los estertores de una prolongada dictadura, llegué a abrazar como una bella ilusión, como un sueño deseable.
El desencanto empezó a manifestarse puntualmente, a medida que fuimos conociendola, identificando la evidencia de que no era más que otra Dictadura en la que periódicamente se nos permitía elegir, sin demasiadas ayudas y sin criterios de objetividad, a la bestia parda que habría de manipularnos.
Poco a poco este descontento fue creciendo, hasta cristalizarse en un movimiento pujante y dinámico que ha protagonizado la actualidad de los últimos meses y cuyo nombre ya nos aclara su razón de ser: "¡Democracia Real Ya!".Analizando la historia reciente me doy cuenta de que en nuestro país nunca, ni tampoco nadie, ha ganado realmente unas elecciones: los resultados siempre vinieron condicionados por la necesidad de acabar, por parte de un amplio sector del electorado, con el gobierno anterior. No votamos para entronar a un vencedor, ni para apostar por unas ideas que nos seduzcan o a quien queramos encomendar nuestro futuro inmediato, sino para apartar a quienes nos han decepcionado o defraudado.Nuestra historia también evidencia que nunca nadie, ningún dirigente ni partido hizo cuanto había prometido; dejó de sorprendernos haciendo algo de lo que no nos había informado; nos ahorró algún engaño; ni evitó rodear sus costados de fraudes, o de chorizos... Tampoco ninguno evitó pactos con los nacionalismos, acuerdos que contribuyeran a lesionar, de algún modo, la cada vez más comprometida y frágil idea de unidad nacional.
Resulta particularmente decepcionante el recordar el número de ocasiones en las que, a lo ancho de los 33 años de vigencia de nuestra constitución, se ha recurrido a consultar al pueblo "soberano" fuera del marco de unas obligadas elecciones.
¡Señores!... ¡Seamos serios!... ¿Es esto una Democracia?... ¡Porque si es así yo también me declaro objetor de conciencia!