La voz dormida no esquiva los tópicos del cine basado en la guerra civil, todo lo contrario, se regodea en ellos hasta saciar. El cúmulo de situaciones estereotipadas que se suceden cada dos por tres consigue su cometido en el sector de lágrima fácil, sin embargo, si algo nos ha inculcado el cine patrio es el nudo en la garganta a través de la oscura memoria histórica.
Ese nudo ya no lo provoca el manido y recurrente guión sino dos interpretaciones soberbias. María León, flamante vencedora de la Concha de Plata a mejor actriz, ilumina la pantalla dando vida a la pura inocencia. Su mirada dice aun más que sus palabras. En San Sebastián se ha dado el pistoletazo de salida a una recogida de premios que alcanzará su cumbre en los próximos Goya. El cabezón a mejor actriz revelación ya tiene dueña aunque visto el panorama actual debería optar a mejor actriz principal. Y si la sevillana está deslumbrante no menos Inma Cuesta encarnando al valor y al orgullo como respuesta a una ideología. Ambas logran que la cinta llegue al aprobado. La cantidad de personajes caricaturizados que deambulan por la cinta no ayudan sino que ridiculizan el trabajo de un director que apuntaba maneras con su ópera prima Solas (1999) y que doce años después se ha acomodado de una forma obvia.
Lo mejor: María León.
Lo peor: el maniqueísmo desorbitado que desprende huele desde la primera escena.