Crítica. Música. –“Dentro de la gran ola”THE SADIESAcapulco, Gijón.Jueves. 6 de febrero de 2014.Más allá de las portadas de revistas musicales, de los cabezas de cartel, de las próximas grandes sensaciones, de la estúpida espiral heredada –¿o traída a rastras por vete a saber qué intereses?- de la más execrable prensa musical británica, permanecen los valores seguros, aquellos que ofrecen noche tras noche sesiones que llegan al corazón, que dejan a quien se ha gastado su dinero en taquilla satisfecho y con una media sonrisa eufórica en su rostro. Los canadienses The Sadies pertenecen a esa especie que muchos querrían exterminar. Porque, al igual que en la vida, están quienes alcanzan sus logros por la vía fácil o de algún capricho del azar, y aquellos que han de demostrar su valía con argumentos, convencer en cada nueva ola que se presente, recorrerla, vencerla hasta situarse dentro de ella y poder afirmarse.Podía haber sido una noche más de un grupo como el de Toronto, envuelto en una gira plena de fechas por España, pero no. Poco a poco, el público fue dejándose envolver por la magia guitarrera de los hermanos Good, atizada por una base rítmica incansable y certera con Sean Dean al contrabajo y Mike Belitsky a la batería. Guitarras que tan pronto evocaban surf como psicodelia o garaje, lisergia de esencias Neil Young, nuevo rock americano que me despertó escuchas perdidas de bandas estadounidenses de mediados de los 80 como Guadalcanal Diary o Jet Black Berries, o arranques de instrumentales de country que casi parecían alumbrados por el espíritu de Jason & The Scorchers. Como sus impolutos trajes, de impecable planchado, así eran los trenzados guitarreros de Dallas y Travis, sentidos o furiosos, espaciales o surferos, pero cargados de fuerza y espíritu. Una lección para cualquier músico; una delicia, verdadera bendición para los amantes del rock sincero, sin excusas temporales ni guiños a la efímera moda.Poco a poco, el guión se va cambiando. La intensidad de grupo y público va subiendo de tono. Llega el primer bis, mientras alguien del público le explica en inglés a los hermanos el significado del ya clásico “otres tres”, y los canadienses se arrancan en otras tres, un par de furiosos instrumentales… y tras las tres, otras tantas. Sudorosos, embriagados por ese encantamiento que puede llegar a producir el rock en sus noches más especiales, se marcan un segundo bis apoteósico, vibrante, enlazando canción tras canción, versiones desaforadas del “Can´t only give you everything” o “Baby please don´t go” para enardecer al centenar y medio de presentes y alcanzar un bendito climax tras dos horas sobre las tablas. Una maravilla.MANOLO D. ABAD Fotos: MANOLO D. ABADPublicado en el diario "El Comercio" el sábado 8 de febrero de 2014