Dentro (III: Virus cabrón)

Publicado el 11 septiembre 2020 por Ildefonso67

RELATO CORTO ESCRITO DURANTE EL CONFINAMIENTO Y RETRATO DE UNA SOLEDAD CADA VEZ MÁS COMÚN EN NUESTRAS CIUDADES. TERCERA ENTREGA DE SIETE.

LEE EL CAPÍTULO ANTERIOR

LEE EL CAPÍTULO SIGUIENTE

Hay un virus que está matando a la gente. Al parecer ha venido de China, aunque a Amanda le parece que es demasiado lejos para que algo llegue desde allí hasta su séptimo piso junto a Cuatro Caminos. Inevitablemente piensa en Huang, aunque se tranquiliza pensando que desde hace diez años no le ha visto un día faltar a su cita con su pequeña tienda de alimentación, en la que también trabaja su mujer y, en ocasiones, su hija, que ya habla perfectamente español, no como sus padres, que solo comprenden palabras sueltas y los números, esos sí que sí.

Parece, además, que el jodido virus se lleva por delante a los viejos, así que entre unas cosas y otras lleva tres noches en vela, así que luego se queda dormida delante de la tele como una triste abuela.

Amanda se complace en advertir que ella ya lleva mucho tiempo cumpliendo el confinamiento, aún antes de que éste siquiera fuera concebible

Por cierto, que la aprensión a llamar a Huang para que le suba el tequila y alguna que otra cosilla se ha disipado sola, ya que esta mañana le ha llamado el portero por el telefonillo para decirle que la tienda del chino ha cerrado sin más explicaciones que un sucinto letrerillo escrito a mano y fijado al cierre en el que se anuncian vacaciones. ¡Vacaciones! ¡Ja!

Finalmente, esta tarde ha aparecido en la tele el presidente del Gobierno -que tiene planta y apostura de galán- y ha ordenado que todo el mundo se quede en casa para que se corte la cadena de transmisión de la infección. Amanda se complace en advertir que ella ya lleva mucho tiempo cumpliendo el confinamiento, aún antes de que éste siquiera fuera concebible, por lo que debe de ser de las personas más a salvo de contraer la enfermedad de todo Madrid. De todas formas, ha decidido que durante un tiempo en lugar de mantener la puerta abierta de par en par la dejará entornada, casi cerrada, aunque no tire del resbalón.

El problema vuelve a ser Tequila, que en su constante inconformidad empuja la puerta con la cabeza y vuelve a dejarla a medio abrir para de inmediato regresar dentro, mirándola retador. La tiene muy harta este gato, aunque hace tiempo que sea el único que la escucha, esa es la verdad.

Otra vez siente el ascensor detenerse en el séptimo, y aguanta la respiración. Como Serafina no se ha movido de casa en toda la mañana, intuye que debe de ser la chica colombiana de la que le ha hablado el portero, la que trabaja en el Museo del Jamón y que vive al otro extremo del rellano. Su deducción se confirma cuando la oye sisear convocando a Tequila. El muy traidor sale disparado hacia fuera en cuando escucha la llamada.

-Hola, mi amor, aquí estás, mira lo que te he traído.

Juanita-Amanda intuye que la vecina se ha ganado al gato con pequeños regalos de comida que sisa del bar donde trabaja. Los maullidos impacientes de Tequila le confirman, además, que la mujer, pese a todo, no se lo quiere poner demasiado fácil. Una embaucadora, piensa, levemente contrariada y en extraña solidaridad con su gato. A saber qué le estará dando. Debería salir y decirle algo, que el animal ya tiene su pienso bien medido para que no se ponga gordo como un cojín, y que se ocupe de sus asuntos, y que, si quiere un gato, pues que se lo compre o que adopte uno callejero, que en el parque de detrás los hay a patadas.

Son sentimientos pequeños y mezquinos, ya lo sabe, pero cuando una vida se ha instalado en la insignificancia, como la de ella, cualquier detalle se convierte en asunto trascendental.

Allí conoció a Tequila, precisamente, hace ya seis o siete años, cuando charlaba con Serafina, las dos sentadas en un banco, frente a otro en el que un grupo de chicos dominicanos muy jóvenes escuchaban música y se contorsionaban en movimientos gimnásticos con lo que supuestamente pretendían seguir el ritmo. De pronto, sin pedir permiso, el gato saltó junto a ella y se puso a observar las extrañas danzas de los chicos. Amanda compartió con él su merienda y el gato la siguió hasta los confines del parque, aunque sin atreverse a abandonarlo. Al día siguiente regresó en su busca, lo acurrucó en los brazos y se lo llevó a casa, donde se convirtió en su penúltimo horizonte social, antes de partir peras definitivamente con la vecina.

Por eso ahora tampoco puede evitar una punzada de celos respecto a Tequila, que parece haber encontrado una nueva mejor amiga. Son sentimientos pequeños y mezquinos, ya lo sabe, pero cuando una vida se ha instalado en la insignificancia, como la de ella, cualquier detalle se convierte en asunto trascendental.

Oye cerrarse la puerta, y en represalia se abstiene de llamar al gato, aunque lo esté deseando. Quizá le diga al portero que hable con esa mujer y le pida que deje en paz a Tequila, que ya está suficientemente atendido y que se lo va a maleducar.

LEE EL CAPÍTULO ANTERIOR

LEE EL CAPÍTULO SIGUIENTE