Gerard Depardieu era Obelix, el voluminoso héroe galo dotado de fuerza descomunal obtenida tras haber caído en la poción mágica de Panorámix, y que junto con el pequeño Asterix casi siempre derrotaba a los invasores romanos de su aldea en multitud de batallas.
Ahora este descendiente de una familia humilde, sin estudios primarios, votante de izquierdas hasta la aparición de Nicolas Sarkozy, que pagó hasta ayer 145 millones de euros en impuestos, es el enemigo número uno del presidente socialista François Hollande, al que muchos medios califican ya como el Zapatero francés por su verborrea y optimismo patológico.
En su lucha no contra Roma sino contra Hollande, Depardieu se ha dado de baja como francés y se fue a Bélgica para pagar menos impuestos por los cien millones de euros que le quedan y que, según el plan presidencial, algún día serán 15 porque 85 se los llevará el fisco.
De-Pardieu!, que recuerda el ¡Pardiez! español, es la exclamación de algunos franceses asombrados de que sus “enfants de la Patrie” la abandonen, como hizo antes Alain Delon huyendo a Suiza. París, tenemos un problema.
Sus personajes pulares de la industria, como la del lujo de Bernard Arnault, del cine o la cultura están yéndose en protesta por la creciente presión fiscal de Hollande, tan excesiva que incita a no trabajar para prosperar y enriquecer el país.
Recuerda la profesora Edurne Uriarte que Jean-Philippe Delsol, abogado fiscalista francés, ha escrito el libro, “Para qué sirven los ricos” en el que demuestra que la riqueza de los países depende de los impuestos que abonan los ricos.
En Estados Unidos, señala, el 1 por ciento de los más ricos paga el 40 por ciento del impuesto sobre la renta, y el 5 por ciento de los más ricos, el 95 por ciento del total.
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SALAS