Curiosamente fue en la sala de espera de mi psicóloga, que ahora es la suya y también la de mi esposa. (Creo que pronto mi psicóloga tendrá que hacerme su socio.
Su historia la esbocé aquí mismo. Desde aquellos días en que tenía el cuerpo herido y el alma destrozada han pasado muchas cosas buenas y otras tantas malas en su vida, pero ayer al verla, me di cuenta de que las cosas positivas pueden sacarnos adelante.
Hace seis años, antes del embarazo, intentó suicidarse sin lograrlo (afortunadamente). Luego perdió a la niña, más o menos en los mismos días en los que la que durante 13 años fue su mejor amiga, daba a luz a su hija, con el mismo nombre. No fueron días, semanas, meses, años fáciles.
Se amargó la vida. Estaba muy enojada con nosotros sus amigos, cuya única culpa era haber querido ayudarla en algún momento.
Estaba encabronada con la vida, pero sobre todo con la muerte, con el amor, con los hombres, con las mujeres, con los niños, con ella misma.
Hace tres o cuatro meses me escribió un correo electrónico en el que me agradecía la ayuda que intenté darle. Fue un gesto que para cualquier otra persona hubiera parecido normal, pero no en ella, que incluso me reclamó el abandono en el que la tenía.
En un momento le ofrecí mi departamento que estaba muy cerca del hospital donde atendían a la pequeña, y luego, cuando falleció, le recomendé a la psicóloga, a la que no fue sino después de varias cancelaciones.
En una de esas ocasiones me canceló media hora antes de la cita porque estaba todavía enfiestada. Encontró en los antros, en el alcohol, en las relaciones fugaces y apasionadas, el escape perfecto, para lidiar con sus dolores.
Un día finalmente fuimos con mi psicóloga y desde entonces ha mejorado notablemente.
Hasta adelgazó un poco. Se ve bien.
Platicamos de sus relaciones amorosas fallidas, de lo patanes que han sido con ella en estos últimos meses. Me platicó que ha iniciado cursos de varias cosas, por recomendación de la doctora (igual que a mi), sólo que ella sí ha tenido la fuerza física y mental de hacerlo, no como yo, que me inunda la flojera por todas partes.
Definitivamente no tenemos los mismos problemas, pero al verla tan bien, me hace pensar que todos podemos, que no hay razones para creer que no se pueda.