Según los datos de la propia ONU, A nivel mundial, se calcula que hay al menos 200 millones de niñas y mujeres mutiladas y 44 millones de niñas menores de 14 años han sufrido la ablación, principalmente en Gambia (un 56%), Mauritania (54%) e Indonesia, donde alrededor de la mitad de las niñas de 11 años han padecido esta práctica. Y estos aterradores datos son sólo alguno de ellos.
La barbaridad que arrojan estos datos es sencillamente espeluznante. Pero además es que ni siquiera podemos afirmar que esto no ocurra cerca de nosotros, puesto según La antropóloga Adriana Kaplan, que dirige la Fundación Wassu de la Universidad Autónoma de Barcelona y trabaja desde 1989 en la prevención de la ablación, hace esta estimación considerando el número de niñas que viven en España procedente de países donde se realiza esta práctica, y que ha aumentado un 40% desde 2012, cuando se cifraban en 17.000 las menores de 14 años en situación de riesgo, lo que nos da una cifra cercana a las 24.000 niñas.
Las consecuencias tanto físicas como psicológicas de estas prácticas sobre las mujeres que las sufren sencillamente no quiero ni imaginármelas puesto el sólo hecho de pensarlo me produce un dolor sordo y una impotencia difícil de explicar.
Pero no por ello, no por no querer imaginarme la vida de esas mujeres voy a dejar de manifestar mi más profundo desprecio y rechazo a estas mutilaciones que se producen en aras a un modelo de mujer siempre supeditado al modelo masculino.
Con estas agresiones a los cuerpos de esas niñas, incluso bebés, se están cercenando sus derechos humanos más básicos. Se las niega el derecho no sólo al placer, que también, sino a su cuerpo de mujeres íntegro y, por supuesto a una salud sexual y reproductiva óptima.
Sólo desde la necesidad de mantener el injusto, vejatorio y cruel sistema patriarcal es posible combatirlo para acabar con estas barbaridades cometidas en los cuerpos de las niñas y en tantos lugares del mundo.
En este tipo de asuntos tan cruelmente aceptados en las sociedades que lo practican, es donde la educación a todos los niveles sociales ha de cobrar una especial importancia. Educar para la igualdad entre mujeres y hombres. Educar para el respeto. Para la diferencia. Para una salud sexual y reproductiva óptima. Educar para un modelo de mujeres distinto al actual que las mutila para ser aceptadas, para ser mujeres. Educar para cambiar esas mentalidades.
Pero ese tipo de educación, como decía antes ha de darse de forma multidisciplinar, no invasiva y a la población adulta que es quien transmite los estereotipos y los modelos. Y a la infancia también para no reproducirlos.
Me duele especialmente escribir sobre esto, pero es necesario denunciarlo. Es absolutamente necesario reivindicar el derecho de todas estas niñas vivas y por nacer a una vida y un cuerpo pleno. Es necesario reclamar que sus derechos de humanas deberían ser intocables, como sus cuerpecitos infantiles.
Algunos pasos se están avanzando en esa materia, pero son tan poco y esa evolución camina tan lentamente que incluso la involución es posible.
El trato cruel e inhumano que sufren las mujeres en algunas zonas del mundo, no sólo en el continente africano dejan poco espacio para la esperanza.
La “normalización” con que demasiados Estados y culturas viven estos fenómenos y la indolencia e inactividad por cambiar es estado de las cosas con que se actúa por parte de la comunidad internacional, tiene como consecuencia que estas prácticas se mantengan. Y que, como consecuencia el dolor y el sufrimiento de millones de mujeres en todo el mundo no sólo exista, sino que aumente cada día.
La violencia estructural que permite mantener el orden de las cosas a nivel mundial aumenta cada vez que una niña es mutilada, que una criatura es violentada. Y como es prácticamente invisible por su normalización social, es como si la hubiéramos interiorizado. Pero está ahí y actúa cruelmente sobre la población más vulnerable.
A veces se me acaban las palabras para definir algunas situaciones. Y esta es una de esas situaciones que por terriblemente dolorosa e injusta se me acaban las palabras para decir lo que pienso y siento al respecto.
Afortunadamente también esta semana ha habido una buena noticia respecto de los derechos de las humanas y eso infunde una cierta esperanza.
Se trata del reconocimiento por parte del Comité Naciones Unidas del aborto como un Derecho Humano de las mujeres que decidan interrumpir voluntariamente su embarazo. Por tanto se trata de un reconocimiento expreso de un Derecho de las Humanas. Y esto es siempre una magnífica noticia aunque seguramente ni a gentes como Ruíz Gallardón o a los señores de faldas largas y negras no les haga ninguna gracias este avance en los Derechos de las Humanas. Pero ese es su problema.
Mucho, muchísimo camino queda por hacer para que el patriarcado deje ver en las mujeres seres que sirven para la reproducción, para la explotación, para el uso y el abuso y les niega sus derechos humanos más elementales como el derecho a su cuerpo y a su vida plena.
Mucho camino por hacer para que dejen de ser violadas las mujeres y criaturas refugiadas como parte de su pago por llegar a Europa por parte de mercaderes indignos y crueles.
Mucho por hacer para cambiar la mentalidad de tantísima gente que, con la normalización de estas crueles barbaridades, pretende hacerlas tan obvias que dejen de parecer crueldades bárbaras e indignas infligidas a mujeres y criaturas en aras a su dominación y sumisión a los mandatos patriarcales.
Mucho camino queda por hacer para que en los conflictos armados no sean los cuerpos de las mujeres campos de batalla en los que se libran guerras y a través de las violaciones de los mismos se busque debilitar a los enemigos y realizar limpiezas étnicas, desposeyendo a estas mujeres de su condición de personas con derechos humanos.
Mucho camino queda por hacer cuando en el mundo teóricamente moderno y civilizado se sigue debatiendo sobre la legalización o no de temas como la prostitución o las maternidades subrogadas que utilizan los cuerpos de mujeres como simples vasijas y sin ningún otro valor que el ser depositarias de los deseos de los varones para satisfacer su placer o su deseo de paternidad.
Es cierto que queda mucho camino por hacer, pero también es cierto que mientras las fuerzas no desfallezcan, la lucidez mental no nos abandone y el compromiso feminista y social siga en nuestras cabezas y corazones, somos muchas y cada vez más muchos quienes seguiremos plantando cara al patriarcado y exigiendo que los Derechos Humanos sean cada vez más aplicables y reconocibles como Derechos de las Humanas.
Pese al dolor y la rabia, ben cordialment
Teresa