Los españoles de bien, ante el diluvio de cobardes, ya están perdiendo la paciencia y se niegan a distinguir en Cataluña entre buenos y malos, entre patriotas y traidores, porque los que odian a España exhiben su fuerza mientras que los que quieren la unidad se esconden como gallinas y mantienen un silencio tan cobarde como ignominioso.
Es probable que el día que se proclame la independencia empiecen a gritar los que no la querían, pero ya será demasiado tarde y estarán obligados a soportar el dominio de los corruptos y saqueadores, separados de una España que ojalá reaccione con dignidad, cierre sus fronteras con Cataluña, establezca aranceles y aduanas, haga pagar peajes, dificulte los intercambios de personas y mercancías y cierre a Cataluña las puertas de la Unión Europea, una reacción que los nacionalistas, adictos al victimismo, venderán como venganza, pero que sería plenamente lógica los que han sido despreciados, humillados, desgajados y convertidos en diana del odio por el independentismo.
Ya se acerca la hora de la verdad y los catalanes contrarios a la ruptura tienen que alzar la voz, aunque solo sea para que los españoles y los demás habitantes del mundo sepan que existen. Les van a arrebatar la patria, los mercados, la tranquilidad y siglos de paz y progreso, arrojándolos de lleno en un mundo de hostilidades y tensiones que podrían hasta ser violentas, sin que ni siquiera griten.
Mas de medio millón de rumanos están cada noche en las calles pidiendo la dimisión de su gobierno por haber querido suavizar el castigo de los corruptos, pero los españoles de Cataluña, con muchas mas razones para protestar porque además de estar inundados de corrupción les están arrebatando su futuro, su patria y sus ideales, son tan cobardes que ni siquiera se asoman a sus ventanas para gritar ¡Basta! a los que les arrojan al vació de un futuro incierto y peligroso, para ellos y para sus hijos y nietos.
Todo por pura cobardía.
Francisco Rubiales