Arrebatár a los políticos el prestigio, el reconocimiento y el protagonismo social que injustamente disfrutan es el primer deber de un demócrata auténtico y el primer paso para alcanzar la regeneración de la sociedad y del sistema político. Desnudarlos ante el mundo para que sus vergüenzas y traiciones sean visibles es un deber democrático ineludible. En democracias tan degradadas como la de España, la degeneración de la democracia y el mal gobierno han convertido la crítica al poder y la tarea de desacreditar a los malos políticos y gobernantes en actos profundamente democraticos y revolucionarios, cargados de dignidad y honradez ciudadana.
Los demócratas españoles no podemos derrotar a los políticos que han traicionado la democracia, conviritendola en una vulgar dictadura de partidos, pero sí podemos desacreditarlos y hacerles perder el reconocimiento y el prestigio social. Tampoco podemos librarnos de los partidos políticos, organizaciones que han dejado de ser democráticas y que son hoy las mayores culpables del drama español, pero sí podemos desacreditarlos y arrebatarles el prestigio y el reconocimiento social.
Unos y otros son más fuertes que nosotros porque tienen en sus manos la fuerza bruta, el dinero de nuestros impuestos, el aparato del Estado, las leyes y una legión de servidores que les ayudan a burla la ley, a engañar y a someter al ciudadano, pero nosotros tenemos de nuestro lado la razón y la dignidad de la lucha por instaurar una verdadera democracia. Por haber traicionado esa democracia, por haberla convertido en una sucia oligocracia de partidos y por conducirnos hacia el fracaso, los malos políticos españoles y sus partidos no son dignos de respeto y merecen el desprecio de la ciudadanía.
El camino hacia la regeneración y la instauración de la democracia en España pasa por despojar a los políticos y a sus partidos de todo reconocimiento y respeto. No los merecen. Desacreditarlos es un acto revolucionario y regenerador, cargado de dignidad, que abre las puertas de la esperanza.
No podemos admitir que, sin merecerlo, los políticos ocupen los principales espacios de los telediarios, noticieros y de la prensa escrita, como si fueran héroes en lugar de villanos, como si nos gobernaran sabiamente, en lugar de hacerlo con egoísmo, torpeza y anteponiendo sus propios intereses a los de la comunidad. No merecen que les saludemos en las calles y actos públicos y menos aún que les aclamemos. Ni siquiera merecen ser nuestros amigos. Para que España se regenere y sea una democracia justa, tienen que sentir nuestro desprecio en todo tiempo y lugar, un desprecio que debe extenderse a los que les apoyan y sostienen, especialmente a los medios de comunicación que practican la mentira y que, sometidos al poder, anteponen la propaganda a la verdad.
El boicot y el desprecio son dos fuerzas revolucionarias al servicio del ciudadano demócrata. No podemos emplear la violencia porque ellos son más fuertes y porque nuestros principios no lo permiten, pero si podemos utilizar el desprecio y desacreditarlos hasta que la sociedad los perciba como lo que realmente son: gente que nos conduce hacia el fracaso, malos gobernantes presos del egoísmo y de la arrogancia, tipos que conviven fácilmente con la corrupción y el abuso, personajes éticamente fracasados que no respetan ni una sola de las reglas de la democracia: ni la separación de poderes, ni el protagonismo de la ciudadanía, ni la igualdad ante la ley, ni la limpieza ética, ni la preponderancia de la sociedad civil, ni el valor de la verdad, ni la voluntad popular, ni la pulcritud en el manejo del dinero público, ni la libertad de información, ni el espíritu de la Constitución, ni los derechos humanos...
Los demócratas españoles debemos marginarlos y hacerles sentir nuestro rechazo a sus traiciones y métodos. Deben sentir la fuerza de nuestra opinión y deben empezar a temer al ciudadano, condición indispensable para que exista democracia.
No debemos esperar a que se abran las urnas para emprender nuestra lucha por la democracia. Hay que empezar ya. Muchos lo estamos haciendo desde hace años. Hay que difundir la verdad por los cuatro puntos cardinales; es necesario arrebatarles el prestigio y el reconocimiento; tenemos que practicar el boicot a los ineptos que abusan y a los que les sostienen; hay que dejar de asistir a los actos donde ellos están, nuca darles la mano y jamás presentarles a nuestras esposas e hijos... y menos aún permitirles entrar en nuestros hogares. Hay que expulsarlos de nuestro mundo, hacerles saber que no nos representan y obligarles así a que respeten la democracia de los ciudadanos, a que se sometan a la voluntad popular, a que sean honrados y eficientes, a que antepongan en cada actuación el bien común a sus bastardos intereses... a que sean demócratas en vez de vulgares dictadores al servicio de partidos, legalizados en las urnas.