Partamos de la base de que el desahucio es un instrumento legítimo y necesario para luchar contra el impago continuado de la cuota ya sea de alquiler o de la hipoteca de una vivienda. De no existir esta posibilidad nadie pondría su casa en alquiler ante el riesgo más que probable de acabar pagándole los gastos de comunidad de gratis al inquilino. Recordemos que no todos los caseros son multimillonarios sin conciencia social. Muchos, la mayoría me atrevería a decir, no podrían permitirse pagar los gastos sin cobrar el alquiler. Nadie vendería tampoco su casa si pensara que no iba a cobrar el precio pactado.
Nos exponemos también a que los bancos corten del todo el crédito hipotecario. Esto supondría el hundimiento definitivo del mercado inmobiliario y el desplome final de los precios de la vivienda. De la de todos. Lo cual no haría sino agudizar el problema y acabar con las ya de por sí escasas posibilidades que uno tiene de vender su casa si no puede seguir pagándola o si ha encontrado un buen trabajo en otra ciudad y pretende agarrarse a tan rara oportunidad con uñas y dientes.
El primer problema que plantean los desahucios es la gestión o mejor dicho, la no gestión, de los mismos que se está haciendo. Ante un inminente desahucio debería desplegarse un mecanismo de asistencia social, humanitaria y psicológica que garantizase una ejecución humana y segura de los mismos. El Estado, en forma de asistentes sociales y otro personal pertinente, debería apoyar y acompañar en el proceso a estas familias y reubicarlas en una vivienda social hasta que puedan recomponer su vida de manera digna. La notificación de desahucio debería venir de la mano de personal capacitado para transmitir la funesta noticia con compasión. Personal capacitado para orientar y acompañar a las familias evitando que se llegue a las situaciones extremas que por desgracia se están produciendo.
El Estado tiene una obligación de tutela para con los desahuciados máxime cuando en muchos casos ha habido un fallo manifiesto de las autoridades en su deber de protección y supervisión. El Estado, con su laxitud en la aplicación de la ley hipotecaria y en la supervisión los criterios peregrinos con los que la banca se ha dedicado a repartir hipotecas en los últimos años, se ha convertido en responsable por lo menos parcial de muchos de estos desahucios al no haber protegido a los ciudadanos de contratos abusivos que han abocado a tantas familias a la quiebra. No sólo se ha hecho la vista gorda a la concesión indiscriminada de créditos impagables sino que se ha propiciado con políticas que han fomentado el afán por hipotecarse de los españoles. Esta liviandad en la aplicación de ciertas leyes no se corresponde además con la aplicación severa de la actual ley de desahucios que parece ser comparativamente mucho más dura que la de nuestros vecinos a este y al otro lado del charco.
También es lógico pensar que, puesto que todos tenemos que acudir al rescate de la banca cuyo brete se han ganado a pulso de mala praxis, éstos asuman parte del desaguisado. No estaría de más constituir una de esas comisiones que tanto gustan a nuestros políticos para evaluar ciertos créditos irregulares y negociar una quita que permita a los acreedores pagar el precio real de sus casas. De todo el abismo bancario, la parte que corresponde al impago de particulares es pequeña en comparación con el agujero que han dejado constructoras y promotoras. Visto además que el banco malo ya ha incluido en su plan de negocio el aceptar la dación en pago para las promotoras, no es descabellado pensar que podría utilizarse la misma manga ancha para paliar también parte del drama humano en el que nos ha sumido el despendole inmobiliario y crediticio de los últimos años.
Hay una forma mejor de gestionar esto pero no podemos mirar hacia otro lado como si la suspensión definitiva de todos los desahucios fuera una solución posible. No lo es. Es un gesto bonito, heroico incluso, pero no es más que un gesto. Como el de aquel que pretende solucionar el hambre de tantas familias con cuatro latas de sardinas del Mercadona de la esquina.
En este país no necesitamos héroes para la foto. Necesitamos conciencia, responsabilidad y el par que se necesita para coger el toro por los cuernos y no seguir dando tanto muletazo vistoso.
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