Su pelo rojo incandescente atravesado por los implacables rayos del sol matutino no hacía más que reflejar lo que se cocía más abajo, entre las tormentas del alma.
El cuerpo amontonado detrás de la puerta que acababa de cerrarse, otra vez, un vez más. De nuevo la noche a plena luz del día. El pecho quebrado, la garganta seca, la voz ronca sin palabras. Otra vez.
Sucio el cuerpo, mancillado por caricias mentirosas. Otra ilusión desvanecida, una vez más. Ilusiones fantasma que amedrentan con soledades vertiginosas. Nunca más.
Entonces, la condena yerma del desamor. Del amor inhibido, receloso y esquivo. Del amor a nada, impotente para dar, incapaz de recibir. Desamor estéril, improductivo, sin sentido. Inhumano.
Para Willi, por su arte de amar.