El 7 de diciembre de 1941 el mariscal de campo alemán Wilhelm Keitel firmó un decreto del más alto secreto que pasó inadvertido para la inmensa mayoría de personas. Ese día, mientras los soldados alemanes se acercaban lentamente a Moscú y el invierno ruso empezaba a hacer estragos, y mientras en el otro extremo del mundo los aviones japoneses atacaban a los barcos de los EEUU en Pearl Harbour, los nazis dieron dio un paso más en su régimen criminal: sus enemigos podían ser apresados por sus secuaces y raptados a un lugar secreto donde nadie sabría nada acerca de su destino.
Ordenado por Hitler, se abrió así la puerta a la peor de todas las muertes, la que no deja ningún rastro ni permite lugar para el recuerdo de las víctimas. Ese decreto se conocería como ‘noche y niebla’, (Nacht und Nebel), porque sus víctimas desaparecían de noche y nunca más se les volvería a ver.
Ese decreto permitía que la ley, que todavía se aplicaba en Alemania y en los países ocupados, se quedara definitivamente en papel mojado. Hasta entonces, los miembros de los movimientos de resistencia en Francia, Bélgica, los Países Bajos o Noruega (no en la URSS ni en Polonia y Yugoslavia), eran juzgados, encarcelados y en su caso ejecutados por tribunales militares del ejército alemán de ocupación. También los opositores alemanes al nazismo eran encarcelados y juzgados de manera pública. Un destino terrible, pero al menos los familiares y amigos de los detenidos sabían dónde estaban y, si eran asesinados, conocían el lugar en el que estaban enterrados. Y también los soldados enemigos que caían en manos de los alemanes estaban especialmente protegidos por la Convención de Ginebra, lo que les hacía legalmente “intocables” para los secuaces de Hitler.
Después de firmar el decreto, miles de personas de toda Europa empezaron a desaparecer sin dejar rastro. La lista de víctimas era enorme y el ansia de venganza de Hitler insaciable. Se los llevaban de las cárceles o campos de prisioneros en Alemania donde eran recluidos sin dar ninguna explicación al preso de dónde estaba y de lo que le iba a pasar. Allí eran encerrados y aislados del resto, completamente desorientados sin saber si era de día o de noche, y con la angustia de no saber si estaban viviendo el último día de sus vidas.
Al final, hasta que los nazis fueron derrotados en 1945, casi 7.000 personas de toda Europa fueron secuestradas y encerradas por el decreto “noche y niebla” de Hitler, y de ellos unos 340 fueron condenados a muerte por unos tribunales en los que no contaban con ningún tipo de garantía ni defensa. Y sin que sus familiares y amigos supieran jamás que iban a morir.
Años más tarde otras dictaduras copiaron a Hitler, como en Argentina, donde miles de personas también desaparecieron sin dejar rastro.