Desastre natural

Publicado el 02 noviembre 2015 por Revista Pluma Roja @R_PlumaRoja

Siempre me ha llamado la atención la expresión desastre natural. Y es que siempre que la “naturaleza” se “ensaña”, el hombre y sus intereses parecieran ser siempre los únicos dañados, las constantes víctimas de una “brutal” naturaleza.

El reciente terremoto y maremoto que azotó a Chile dejó mucha destrucción, sin embargo, y dando cuenta de este habitual antropocentrismo, pareciera ser que el foco de la prensa y los grandes intereses económicos, en lugar de haber estado en las víctimas fatales del suceso (poco más de una decena), o de intentar comprender los procesos naturales a los que estamos sujetos (terremotos o maremotos), prefirieron enfocarse en la “tragedia” de los daños económicos al turismo en la zona afectada y, en cómo, los intereses del “hombre”, como concepto, han sido arrasados por este ente “maligno” llamado Naturaleza.

Sí, es cierto, mucha gente vive del turismo en esta zona, pero, ¿debería ser esa la mayor preocupación? ¿No deberíamos, acaso, preguntarnos qué estamos haciendo mal como especie? ¿En qué estamos fallando que de la noche a la mañana un derrumbe, o el mismo mar, deciden quedarse con nuestra vida? ¿Tiene alguna responsabilidad real la naturaleza en todo esto?

El terremoto
Siempre he dicho que los terremotos no matan a nadie, en realidad, son las construcciones hechas por el hombre las que matan a los hombres. La tierra, simplemente se mueve como la ha hecho toda la vida. Ahora bien, también estoy al tanto que, si el hombre muere prisionero de los débiles muros de su casa, no es por gusto, ni por culpa propia, sino más bien, por vivir en un país donde el sistema económico es el desastroso, donde pocos acumulan mucho, y el resto, es despojado de todo. Es en realidad la falta de oportunidades la que impide que muchos puedan construir casas más sólidas, antisísmicas, y a prueba de “desastres naturales”. No es culpa de los pobres, ni de la naturaleza su desgracia, es más, es por culpa de inescrupulosos y desastrosos hombres que muchos otros mueren. Más bien, estamos a merced de “desastres y desastrosos humanos”, y no de los “desastres naturales”.

El maremoto
Con respecto al posterior maremoto que azotó las costas, y las pérdidas materiales y humanas, la misma sabiduría popular de los hombres de mar, y que fueron afectados directamente por el maremoto en el puerto de Coquimbo, Chile, nos ilumina en cuanto a la responsabilidad –si es que le cabe alguna– a la naturaleza. Muchos de ellos decían, al contemplar la destrucción dejada por el mar, y tras haber perdido casa, trabajo y amigos en el medio del maremoto: “Así como el mar da, también quita”. Para estos hombres, que han entregado sus vidas a trabajar y vivir cerca del mar, es el costo que se asume por vivir de las riquezas del mismo. No tienen reproches al respecto. Por ende, pese a que les duelen las víctimas que perdieron la vida en el maremoto, endosarle toda esa responsabilidad al mar, carece de sentido cuando es el Estado el responsable de velar porque sus ciudadanos vivan en zonas seguras. Después de todo, por algo nos roban, en forma de pago de impuestos. Lo mínimo es que con todo ese dinero nos entreguen seguridad o, al menos, minimicen el riesgo de la población de sufrir daños humanos cuando la naturaleza hace lo que siempre ha hecho: moverse a su antojo.

Sabiduría animal
Mi padre, quien trabaja cerca de 1 kilómetro y medio tierra adentro de donde la destrucción del puerto, calles y viviendas fue lo único que quedó como evidencia del paso de las olas la noche del 16 de septiembre pasado, me contó que días antes al terremoto y maremoto, vio muchas y grandes ratas corriendo tierra adentro por el sector donde trabaja. Me dijo que nunca las había visto antes en ese lugar, ni tampoco sabía que eran tan grandes. Le llamó la atención su presencia y apremio, más no le dio mayor importancia. Solo el paso de los días y el terremoto le permitirían conjeturar una posible relación entre la fuga masiva de ratas y la posterior manifestación de la tierra y el mar en la zona. ¿Es que acaso las ratas y los animales en general son capaces de detectar mejor que nosotros los cambios que están por venir?

El relato de mi padre me hizo recordar que para el maremoto del sudeste asiático el 2004, en Sumatra, mucha gente que ni siquiera sintió el terremoto y que se encontraba en islas lejanas al suceso, pudo salvarse solo gracias al “aviso” dado por el comportamiento extraño de los animales cercanos a ellos, muchos de los cuales, escaparon despavoridos de la costa horas antes de la llegada de las olas.

Si esto fuera verdad, nuevamente, solo podría pensar que la naturaleza no tiene nada de desastrosa, sino que todo lo contrario, que esta tendría sus propios mecanismos de advertencia y aviso, y que, causalmente (porque nada es casual), los únicos incapaces de percibirlos y decodificarlos seriamos nosotros: los desastrosos humanos que están siempre pendientes de cosas sin importancia vital (la T.V, el dinero, el éxito, la fama, etc.)

Es hora
Quizá, el hombre ha pasado demasiado tiempo intentando enseñorearse de este bello planeta y su naturaleza sin ni siquiera intentar comprenderlo de todas sus dimensiones. Quizá, ha pasado demasiado tiempo intentando controlar sus fuerzas y movimientos sin detenerse un momento a pensar, a aprender, a conocerlo, a respetarlo, y a escucharlo. Quizá, el hombre ha pasado demasiado tiempo mirando al suelo y no al cielo, midiendo en gráficos, dinero y monedas, su éxito. Quizá, el único desastre sobre este planeta sea el hombre y su infinito afán de culpar a lo “indómito” de sus desgracias, cuando en el fondo, la naturaleza siempre ha sido igual, solo que nosotros no hemos sabido adaptarnos a ella, ni hemos sido capaces de leer sus señales y mensajes.

Quizá, solo aprendiendo de nuestro entorno y con verdadera humildad, lograremos agarrar una pizca de la sabiduría de la naturaleza para saber con antelación la ocurrencia del próximo gran terremoto y maremoto al frente de nuestras costas, y así, lograr estar más alertas y mejor preparados. Quizá, es hora de observar, de sentir, de escuchar, de ser parte de la naturaleza, y no solo unos visitantes y explotadores de la misma. Los animales nos llevan milenios de ventaja en comprensión de su entorno y ambiente, quizá es hora de aprender de ellos y dejar de mirarlos como seres inferiores. Ellos algo saben que, nosotros, no.

¿Cuánto nos falta para entender?
Sí, el terremoto fue violento. Sí, el mar entró con furia. Sí, la tierra se movió con rabia. Sin embargo, seguir atribuyéndole características humanas y negativas a la naturaleza, no tiene sentido. ¿No es acaso, el bien o el mal; la violencia, la rabia o la furia, conceptos netamente humanos? ¿Es realmente “violenta” la naturaleza?

Estas calificaciones no dejan de ser expresiones de hombres para intentar nombrar algo más grande y sublime que nosotros como especie, y que nos hace sentir tan vulnerables en momentos como este, que acabamos atribuyéndole nombres de defectos propios de la humanidad.

Podremos llenar de adjetivos de carácter negativo a la naturaleza, que es violenta, indómita, etc. Sin embargo, lo que en realidad deberíamos hacer, y como un gesto de humildad ante esta naturaleza que nos rodea, quizá, sería simplemente reconocer que la naturaleza simplemente es. Nosotros somos los violentos, los furiosos, los desastrosos. La naturaleza, solo, es.

Por Pablo Mirlo

pablomirlo.wordpress.com