Cuando ha querido rectificar ha sido demasiado tarde. Ya había perdido toda credibilidad a causa de unos recortes presupuestarios -en su obsesión por ajustar el déficit reduciendo las partidas de gasto- aplicados de manera poco equitativa y que castigaban fundamentalmente a trabajadores y clases medias, dejando en la estancada a los desfavorecidos, a quienes les limitaba o suprimía todo tipo de ayudas y socorros públicos, y por una corrupción que no ha dejado de carcomer la estructura orgánica e institucional del partido gobernante, al que pertenece el presidente del Gobierno Mariano Rajoy: el Partido Popular.
Se ha llegado al extremo de que las apariencias no se guardan, a la hora de acusarse unos a otros de la hecatombe, y los intentos desesperados por conservar el poder, allí donde han conseguido ser minoría mayoritaria, ofrecen un espectáculo que abochorna a propios y extraños. La actitud, por ejemplo, de Esperanza Aguirre, proponiendo gobiernos de concentración y tratando de meter miedo con la venida del “comunismo” y los “soviets” con tal de no ser desalojada de la Alcaldíade Madrid, causaría risa si no fuera porque despierta fantasmas en una sociedad que aún tiene cicatrices abiertas por una guerra fraticida promovida con idénticos argumentos: ¡que vienen los rojos! Lejos de preguntarse la razón por la que los demás partidos no la apoyan, la señora condesa, candidata madrileña, prefiere ofrecer el espectáculo de su ridículo y el de su incapacidad para asumir la realidad. Se convierte, así, en la muestra esperpéntica de su partido, que busca apoyos con desesperación, olvidando el mensaje de las urnas: ya está bien de tantos abusos y saqueos.
Pero, aún más grave que toda esta injusticia social que ha empobrecido a la población, es el comportamiento de un Partido Popular que se niega hacer autocrítica de los escándalos de corrupción que alberga en su seno. No asume las consecuencias de su templanza con los corruptos que han proliferado en sus siglas ni de la actitud con la que ha pretendido minimizar los casos que han protagonizado personalidades pertenecientes, hasta el mismo instante de entrar en la cárcel, a su organización. Una corrupción que sigue aflorando en un partido y un Gobierno que deberían avergonzarse de cómo la policía arresta y pone las esposas al delegado del Gobierno en la Comunidad valenciana, Serafín Castellano; al exvicepresidente del Gobierno de la época de Aznar, Rodrigo Rato; a la mano derecha de Esperanza Aguirre en la Comunidad de Madrid, Francisco Granados; y al tesorero gerente del partido, Luis Bárcenas, entre otros delincuentes.
Todo ello complica sobremanera la posibilidad de pactos en un partido que no ha sabido tomar las decisiones cuando debía, que no ha querido atajar la corrupción que germinaba en su interior y que la ha extendido a las instituciones donde gobierna, dando lugar a los “gürtel”, “púnica” y demás tramas delictivas que saqueaban el dinero de los contribuyentes para engordar cuentas privadas en Suiza. Que las demás fuerzas políticas impongan condiciones que, ahora, resultan casi de imposible cumplimiento, no debe sorprender a quien se mantenga “limpio” y honrado en el Partido Popular. La falta de una auténtica regeneración, la democratización de su funcionamiento orgánico (primarias, no dedazos) y un combate serio y eficaz contra cualquier irregularidad cometida por un miembro del partido o persona designada a cargo público, son algunas de las premisas que exigen quienes podrían posibilitar algún apoyo a la hora de establecer una primera ronda de diálogo. Tales premisas también se las exigen a otras formaciones con idénticos problemas para gobernar en minoría y con el mal de la corrupción anidando en su estructura. Pero el partido que se ve más afectado por ellas, a causa de la debacle que ha sufrido y la cantidad de poder que está en juego, es el Partido Popular. En su ceguera, tiene tendencia a sentirse acorralado por la coincidencia de los demás en tratar de dejar que entre aire limpio que ventile las instituciones.
La desbandada en el Partido Popular, parecida a las que se producen ante una catástrofe anunciada (Fabra, Bauzá, Rudi, etc.), y las acusaciones de barones regionales contra miembros del Gobierno (Gobierno de Aragón contra el ministro de Industria, etc.) ponen de manifiesto las grietas que ha provocado el batacazo electoral. Unas grietas que han de ser reparadas, admitiendo errores, rectificando actitudes y corrigiendo el rumbo, si no se quiere correr el riesgo de que el voto conservador se refugie en otras opciones más atractivas, aunque con menos experiencia de gobierno. ¡Difícil papeleta, en cualquier caso, la que tiene el Partido Popular, acostumbrado a mandar y no a hacer penitencia!