El miércoles pasado murió Diesel. Para algunas personas, solo era un perro; para muchos otros, una pérdida insalvable más de la barbarie y el sinsentido que subyacen del terrorismo. Por eso mismo, la red de redes empezó a escupir fuego y bilis a los pocos minutos de conocerse la noticia. Como siempre, algunos dijeron: era un perro, solo era un perro; otros, mejor un perro que una persona; y muchos más, mejor usar drones o robots que perros.
Por la tarde, leí un rato los comentarios que brotaban en muchos diarios en versión digital, también Facebook y Twitter. Recordé algo que decía mi abuelo: quien habla, es porque tiene boca, que no era más que una forma de parafrasear un la gente habla por hablar.
Sobre ello también pensé hace ya varios meses, cuando se estrenó Max en EEUU y se advertía del peligro de adoptar un pastor belga (Malinois) sin los conocimientos necesarios; ese día lo relacioné con la perra de búsqueda de la RAID. ¿Tenían sentido las críticas?, ¿se obliga a los perros a trabajar en favor de los humanos?, ¿existen alternativas?, ¿la gente habla porque tiene boca? Y lo más importante: ¿pueden existir dudas de quién es el verdadero culpable de la muerte de Diesel?
El perro soldado; el perro feliz
La mayoría de nosotros tendemos a considerar que el perro feliz es aquel perro que puede ser perro. ¿Pero la mayoría de nuestros perros pueden ser perros? O mejor aún: ¿qué significa ser perro?
Tras el asesinato de Diesel, muchas de las opiniones que leí se centraban en la imposibilidad de la perra por haber encontrado la felicidad. Por supuesto, la felicidad humana nada tiene que ver con la animal, donde la mayoría aceptamos que los perros requieren un bienestar más natural y primario.
Por ello, antes de los sucesos ocurridos en aquel apartamento en Saint-Denis (París) todos los animalistas nos deberíamos alegrar de que Diesel hubiese podido ser una perra feliz durante siete largos años. El entrenamiento de los perros de asalto y detección de explosivos resulta, según los cuerpos de seguridad de todo el mundo, imprescindible en estas operaciones; con sus sentidos trabajados y agudizados, abre paso a la columna de militares, policías o equipos de operaciones especiales, algo que no es sustituible hoy por tecnología.
Sin embargo, esto entraña unas dudas habituales: ¿es feliz un perro trabajando? Esta pregunta resulta curiosa, puesto que un perro de trabajo es feliz cuanto más tiempo se mantiene ocupado haciendo lo que mejor sabe hacer, habiendo aprendido mediante juego, y convirtiendo las actividades diarias a las que debe enfrentarse exactamente en eso.
Por el contrario, mucha menos gente se pregunta: ¿es feliz un perro de asistencia para personas con dependencia? ¿Qué ocurre con esos animales cuando la persona que lo necesita ya no puede fiarse de ellos? ¿Son jubilados con honores? ¿Encuentran otra familia?
En mi opinión personal, los perros como Diesel disfrutan de su trabajo; porque la concepción “trabajo” es enteramente humana, y cualquier animal es más feliz cuanto más tiempo puede realizar el trabajo para el que fue seleccionado. Esa es la pauta fundamental que muchos han olvidado: los perros han sido escogidos para una función concreta. Si obviamos esto, no podemos dar a un perro lo que realmente necesita en su vida.
Creer que un pastor belga o un labrador necesitan lo mismo que un mastín español o un rottweiler es simplificar y unificar el carácter, el temperamento y la función de estas razas. ¿Acaso no es cierto que los perros más centrados son los mestizos? Esto no es casual, sino el resultado lógico que supone la cría selectiva frente a la naturaleza misma.
Para mí, pues, no hay duda de que Diesel era feliz, contaba con los estímulos suficientes en su vida diaria y, muy probablemente, estaba sociabilizada y mantenía una vida en común con muchos otros perros fuera de su horario laboral, como acostumbra a suceder con los perros de aquellos guías que quieren un animal equilibrado viviendo con ellos.
¿Abandonada por su equipo?
Algo muy distinto es lo que sucedió en París. El modo a proceder por parte de la policía francesa fue extraño. Por lo que explicó su propio guía, tras muchos disparos y alguna granada, todo quedó en calma. Una calma muy larga, casi anormal. Entonces, es cuando Diesel entró y una de las terroristas activó su cinturón de explosivos, matando a la perra y a otro terrorista.
Fue un cúmulo de coincidencias, o de errores quizá; algo que no debería hacernos olvidar que un perro de rescate es parte de un grupo, de un equipo; un equipo en el cual todos deben confiar ciegamente en todos: en especial, perro y guía; un trabajo que intenta minimizar el riesgo de cada actuación, un trabajo diario, un trabajo que, tristemente, debe repetirse a menudo; con suerte, por jubilación, por desgracia, por situaciones como la ocurrida aquí.
Sin embargo, la relación entre un guía y un perro de trabajo es la más cercana a la que se ha desempeñado durante 15.000 o 20.000 años de historia compartida. Un perro al que confiar tu vida, una vida que proteger con la tuya propia.
Y lejos de la épica del párrafo anterior, es muy probable que se cometieran errores, se saltasen protocolos de actuación y que, muy probablemente, deba replantearse cómo vive un perro de trabajo (de policía, de asistencia…) dentro y fuera de este; pero de lo que no me cabe duda es que los únicos que robaron esa merecida jubilación a la pastor fueron los artífices de una de las peores masacres que ha asolado Europa en estas últimas décadas; una pesadilla que no deberíamos dejar que se difuminase en el tiempo, una pesadilla de la que tenemos el deber de sobreponernos y sobre la que se puede aprender mucho, también para pulir la relación con estos héroes de cuatro patas.
Si no deseamos “esclavizar” a un perro a cuidar de nosotros —razón básica de la relación mutua y beneficiosa para ambos entre perro y humano—, quizá deberíamos buscar cuál es el siguiente paso a seguir en en la propia naturaleza de cada animal, pero jamás forjar una respuesta fruto del desconocimiento.
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