Descarga de Mini-críticas

Publicado el 25 mayo 2010 por Elchapa
A veces uno tiene que hacer ciertas cosas. Quiero decir, tomar cartas en un asunto, despejando las incertidumbres porque es lo más justo para todos. Sigo convencido de que quizá no es lo mejor, pero a la vez estoy seguro de que no es lo peor. Sin justificar mucho, así, en líneas generales, uno debería estar seguro de algunas de las cosas que hace. No de todas, pero sí de aquellas que tienen realmente que ver con lo que somos.
Ayer veía un episodio de “Estudio Billboard”, un programa que desarrolla entrevistas íntimas de una hora a artistas latinos importantes. Los invitados eran Residente y Visitante de ‘Calle 13’, y el encuentro me provocó una exasperación impensada. Allí estaban, los dos, fenómenos del momento, creadores de himnos bailable y de protesta, autodefiniéndose como “la voz de un pueblo”. Por supuesto que eso no está mal, y era obvio que no se definían como la única voz; el problema está en que no parecían capaces de justificar del todo esta autodefinición, y esto les imposibilitaba hablar de su música, de su idea de la música y de la intención que la música tenía para ellos.
Callados, poco expresivos, dudosos, contradictorios, le hicieron perder a la entrevistadora Leila Cobos una hora de su tiempo. Incapaces de revelar detalles de su proceso de composición (no porque no quisieran, sino porque no parecía haber una forma clara de llevarlo a cabo), discutiendo silenciosamente acerca de algunas imprecisiones, hablando uno por encima del otro y la mayor parte del tiempo pensando de más respuestas que para cualquier artista conciente de lo que hace deberían ser sencillas, Residente y Visitante entraron y salieron del estudio sin ni siquiera cumplir la tradición del programa que incluye hacer alguna partecita de una canción en vivo.

Yo no tenía ninguna preconcepción acerca de su música o estilo, pero me resultó decepcionante verlos defendiendo lo que hacen –un género, dicen ellos, “urbano”, que tiene que ver con un concepto más que con cualquier otra cosa-, para distanciarse principalmente del “reggaeton”, así como de cualquier otra música bailable que hable de mujeres, piscinas y fiestas. Si no me explico bien yo, es justamente porque nada de lo que ellos decían era concluyente. Fue bastante patética su justificación/explicación de una canción de denuncia llamada “Querido FBI”, sumada a una crítica a la música Pop melódica, hecha específicamente a un cantante (no se dieron nombres) que alguna vez dijo “la música está para olvidarse de los problemas”. Está bien, yo tampoco estoy de acuerdo con eso último, pero no me parece irrelevante andar diciendo “Te amo” por el mundo en las canciones (aunque trato de no decirlo mucho)...también puede marcar una diferencia. Y si no puedo defender una postura, o no conozco sobre ciertas cuestiones (ya sea música que crecí escuchando, influencias que pueda tener o que pueda querer transmitir), me voy a quedar callado.
Está claro que esto quizá no le interesa a nadie, pero como persona que hace música (o “arte”, si todavía esa palabra vale para las canciones) es doloroso ver a un ‘artista’ que no puede acordarse el nombre de una canción que grabó con Mercedes Sosa, así como molesta verlo divagando sobre cuestiones que, uno cree, están en su naturaleza. Uno pierde respeto; deja de reconocer un mérito.

Y es un buen antídoto agarrar una pizca del polo opuesto, escuchando las respuestas honestas, complejas e iluminadoras de alguien como Alejandro Sanz, que un día se puso un traje que nadie pudo igualar. Vestir un traje de compositor no es sólo aparentar y dejar que las canciones hablen, es también hablar por las canciones, discutirlas y detallarlas como se debe, porque toda canción tiene su razón de ser, en todas sus distintas etapas. Vestir ese traje es también haber hecho siempre lo que a uno le dio la gana, con quién a uno se le antojara. Sanz puede jactarse de eso, y no de manera arrogante. Así puede jactarse de muchas otras cosas más, en una hora de entrevista que a Leila Cobos y a él no le alcanzan ni para que nosotros lleguemos a intuir, apenas, el monstruo de la canción que es. Sus respuestas quedan a medio camino, pero no se sienten inconclusas; aún así, quedando a medio camino, abren otros caminos que si queremos podemos intentar recorrer. Su sabiduría, su autoconocimiento sobre su arte, es infinito; y eso es lo mínimo que se le puede pedir a un artista. De lo demás podemos hablar o no, aunque una hora de conversación con el astro pop de la música española (quizá de toda la música latina) no sea suficiente. Es más, Sanz, por ser un mundo de palabras, no llega a cumplir con el compromiso de la canción en vivo, y toca un poquito de bulería. Algo es algo. En estas cosas me refugio cuando el resto no cierra.
Hablando de refugios, no piensen que olvido que este es un refugio de críticas. Pero también, como el fragmento de arriba lo demuestra, de autocríticas y reflexiones, que no le hacen mal a nadie porque pretenden extenderse. Siempre dije que volcar problemas personales en un blog no es de mi interés. Sí lo es, en cambio, transmitir algunos de mis interéses porque creo que pueden ser interesantes para el resto.
Las críticas son la base de este blog, ¿no? Pues bueno, me encontré con películas varias como de costumbre, que trataré de acomodar en una misma descarga, que es una descarga doble por todo lo anterior y porque tengo que decir, tarde o temprano, qué pienso de estos films que me he cruzado. Algunos más nuevos, otros no tanto, algunos muy viejos.
De los más nuevos está la película argentina “Rancho Aparte”, una interesante muestra de ingenio y de puesta en escena, principalmente por el hecho de estar basada en una obra de teatro. Dos películas de esta década que sufren esta misma condición, que evidencian en gran parte su teatralidad y que recuerdo bien porque me gustan mucho son “Closer” (aquí mi crítica) y “The Shape of Things”. La segunda es mejor, en principio, porque la persona que la escribió también la dirigió; y la primera, más allá de una escena clásica de gente caminando por la calle adornada a la perfección con “The Blower’s Daughter” de Damien Rice, no tiene mucho de ‘cinematográfico’. Basada en una obra del gran Julio Chávez, y filmada por Edi Flehner con el mismo elenco que la interpretó en teatro, la película hace uso, de la manera más creativa posible, de los recursos del cine para no sentirse del todo desubicada en la pantalla grande. La historia, que sigue al gaucho Tulio (Leandro Castello) y su sobrina Susana (Mercedes Scapola) en su traslado del campo a la ciudad. Allí reside y los recibirá Clara (Luz Palanzon), la hermana de Tulio que el gaucho recuerda con dolor. Desde el comienzo, hay una voz en off que cuenta una historia, típica de campo, de un casamiento, presentando a algunos personajes que van dando lugar a la aparición de los dos protagonistas. La música seleccionada es la correcta y la puesta maneja toda una simplificación del campo en esta introducción, para hacer fuerte el contraste de la llegada de los personajes a Buenos Aires. Son claras, a mi entender, dos cosas. La primera es que la ‘simplificación’ de las costumbres del campo en general, que sirve para el traslado y para el desarrollo total de la película, estaba en la obra original y es intencional. Seguramente funcionaba mejor en el escenario teatral y, aunque es un contraste que se mantiene durante todo el metraje y puede resultar molesto y/o excesivo, es la cualidad que distingue a la obra (película), dando lugar a todos los conflictos y a los momentos cómicos, algunos de los cuales funcionan muy bien. Por lo tanto, cualquier crítica a cosas como ‘falta de verosimilitud’ o credibilidad con respecto a la vida del guacho y derivados, es inútil y hasta sin fundamento. Atentaría contra la naturaleza de la película (obra). Por otro lado, los paréntesis no son gratuitos, pues no creo que sea la intención de Flehner distanciarse del todo de la puesta teatral. Esto es más que nada un tema de propuesta de la película. Hay quienes deciden pretenderse ‘cinematográficos’ al adaptar una obra, mientras que hay quienes quieren realizar, como experimento, una puesta semi-teatral de un guión cinematográfico. Ejemplos hay. “Rancho aparte” propone un mecanismo que combina ambos registros, haciéndose el registro teatral más evidente a medida que el conflicto en la casa de Clara en Buenos Aires aumenta, y siendo cortado por breves momentos de registro plenamente cinematográficos (un escape por una puerta, una historia supersticiosa que cuentan Tulio y Susana). Esto, que parece muy claro, sumado a unas ajustadísimas actuaciones de un elenco que se luce constantemente (la película depende del diálogo y del timing de los actores), hace de “Rancho aparte” una propuesta buena y, al menos, original en el panorama nacional comercial.
---7/10
Más nueva aún, menos original y no nacional, es una película de TV llamada “Gifted Hands: the Ben Carson Story”. Es de esas películas producidas por compañías importantes, que si bien se estrenan en la televisión, tienen un presupuesto y una ambición mayor que el común denominador de los films televisivos. Uno la alquila en el videoclub y es, bueno, cine. En este caso, la historia que nos ocupa es la de Ben Carson, un chico que, a pesar de que su vida lo hizo difícil, llegó a ser un importantísimo neurocirujano. El director es Thomas Carter, cuyo debut cinematográfico importante fue la inteligente y poderosa “Save the last dance”, seguida por la inteligente y poderosa “Coach Carter” (aquí mi crítica). Una vez más basándose en la presencia y potencia de un actor (afroamericano, hay que agregar), Carter entrega una película tan predecible y de aire triunfal que podría dar vergüenza ajena; una de esas piezas a las que se le puede atribuir la denominación ‘academicista’ o ‘demasiado solemne’. Pero hay algo que siempre lo redime, y no tiene que ver únicamente con la buena elección de sus actores protagónicos y la convicción que transmiten. “Gifted Hands” tiene que ver con alcanzar un sueño, con creer que algo se puede hacer más allá de que todos los demás (o las mismas circunstancias) digan lo contrario. Para esto lo que se necesita es simplemente un verdadero soñador. La actitud de Ben Carson frente a la adversidad es de una entereza envidiable, y la razón se esconde en lo que él es, en la seguridad que tiene como persona de lo que quiere lograr. De este modo, todo el resto de los factores pasa como por acto de magia a un segundo plano. No es cosa fácil, porque la música de Martin Davich es excesivamente melodramática, muchas imágenes están innecesariamente cargadas de sentimentalismo y/o simbolismo y/o sobre explicación, y los personajes que rodean al protagonista no son más que meros estereotipos que están allí para generar en él reacciones, positivas o negativas. Pero en serio, actúan casi como dispositivos de activación de una conducta, con las acciones que nosotros sabemos que podrían llegar a tomar. Pero allí está Cuba Gooding Jr., acaso uno de los mejores actores de su generación, que Hollywood condenó sin arrepentimiento (prometo para el final de la semana traerles una película directo a video que protagoniza; una de esas que viene haciendo hace unos años, dando lo mejor de sí). Inquebrantable Gooding, inquebrantable Ben Carson, que escucha a todas las personas que lo acompañan, y nunca las desmerece ni les falta el respeto, pero aún así, al final del día, parece estar realmente solo. Y no hablo de esas soledades que hacen mal.
---7/10
Yéndonos un poco más atrás en el tiempo, encontramos “V de Vendetta”, una película que desde que leí algún artículo que mi amigo Yaye escribió tiempo atrás, prometí ver. Pero como siempre digo, los films van llegando, y el otro día me encontré con esta trepidante historia dirigida por James McTeigue y no, como creí durante muchos años, por los hermanos Wachowsky. Ellos simplemente la escribieron, y no es poco considerando que McTeigue fue siempre su asistente de dirección. Puede haber sido tranquilamente un trabajo en familia, guiado por la novela gráfica de David Lloyd. Por supuesto que de la novela yo no sé nada, pero hoy, después de haber esperado tanto, puedo expresar lo que sé de la película y lo que me parece. La idea de una Inglaterra en el futuro dominada por un gobierno fascista no es original. Tampoco es original cómo se desempeña este gobierno; quiero decir, cómo lleva a cabo su control, transmitiendo –en iguales dosis- miedo y seguridad a través de los medios masivos para guardarse al pueblo en el bolsillo. Es una idea que, en principio, todos (yo incluído) podemos entender. Lo que sí es original es la figura que pretende alzarse contra ese gobierno, aquella persona que encarna la revolución de una manera casi equiparable a la de un terrorista y que, sin embargo, cuenta con todas las características del más dañado de los héroes. Esta era la cuestión que, no hace mucho, planteaba “The Dark Knight” (aquí mi crítica). ¿Es Batman un héroe o un villano? ¿Alguien que hace el bien o el mal? El flamante Guasón de Ledger lo provocaba: después de todo, ambos son igualmente violentos, por más que los objetivos y propósitos de la violencia en uno sean más desmedidos. V (Hugo Weaving), protagonista absoluto de “V de Vendetta” (un vigilante al que la ‘v’ le encaja perfecto, tanto que hace uso y abuso de ella en su discurso carismático y provocador), será un héroe para algunos y un villano para otros. Está signado en su destino. A la vez, es el destino de Evey (Natalie Portman) terminar a su lado, experimentando así un cambio rotundo en su vida. Creo, por lo tanto, que ver a la película como la historia de una revolución y, si se quiere, de un amor, sabe a poco. Dentro de la idea fácilmente asimilable de la oposición justicia/injusticia de la premisa, se localiza un intento de varias propuestas, algunas más claras y definidas que otras (el funcionamiento de los discursos del poder, la rebelión dentro del mismo, el debate moral de la ley que presta servicio al gobierno –el detective que interpreta Stephen Rea, otro héroe, es un personaje primordial-, la posición y el fundamento del discurso de quien se opone al poder –que, con el guión de los hermanos Wachowsky, no está exenta de humor-, el poder impensado de conceptos como la paz y la violencia, y el siempre inesperado encuentro inoportuno –oportuno, de hecho, si revisamos bien el momento en que V y Evey se conocen- y sus efectos en las diferentes personas), resguardadas siempre bajo la seguridad de la novela gráfica y de una película de acción romántica que visualmente no está ni cerca de saber a poco, siendo además entretenida y genuinamente intrigante. Digo genuinamente porque hay algo muy inteligente en no ser, desde la historia, absolutamente claros con respecto al origen de la mayoría de los planteos. La intriga es constante y genuina no sólo porque en gran parte sentimos que ‘no sabemos’, sino porque otorgarle el protagonismo del relato a un actor no tan conocido como Hugo Weaving (detrás de una máscara, encima) y a otro poco conocido como Rea, y no regodearse en la belleza de una estrella como Natalie Portman (rapándola y dejándola ‘fea’, encima) o en la fuerza de un actor de carácter como John Hurt (restringiéndolo a los límites de una pantalla burlona, encima), ayuda. Esto puede sonar incoherente y con lo que sigue no sé si llego a explicarme, pero créanme, hace poco vi “Operación Valquiria” y que el que dirige la batuta sea Tom Cruise, verdaderamente no ayuda. O sea, es Tom Cruise, ¿se entiende?
---7.5/10
Finalmente, vi hace nada con el amigo Tom Pasqualini una película un poco posterior a la recién mencionada. De 2007, la pieza en cuestión se titula “La luna en botella”, y es el primer largometraje de un hombre sin nombre ni apellido, pero con apodo: Grojo. Esa es la observación más objetiva de un film que, si bien es divertido y hasta placentero, tiene poco de propio. Las imágenes, la estética, los personajes que se encuentran diariamente en el café “Rossignol”, de Pascal (Dominique Pinon), un retirado artista de circo, son la cumbre de la anormalidad. Claro, la película se vale de esto, pues su protagonista es un escritor, Zeta (Edu Soto), que necesita de un lugar como aquel café para nutrirse de ideas. Lo cierto es que quien necesita nutrirse de ideas es Grojo, que toma prestado (sin ni siquiera pretender un homenaje) de Kusturica a músicos que se pasean infinitamente por las calles, y caballos que no tienen hogar definido, además de cierto género musical y canciones que no fluyen con naturalidad (sin mencionar el aire “soñador” en general). Sin embargo, Grojo aclara todo lo que vemos, para que no queden dudas. “En este lugar no hay gente normal”, dice Zeta, como también explica que su nombre es en realidad un pseudónimo pues todos sus cuentos empiezan y terminan con esa letra. La historia, que no es una en particular sino varias, nunca es clara y está empañada por la atractiva pero de a ratos injustificada exhuberancia visual. ¿Qué quiero decir? Si vas a poner muchos personajes ‘peculiares’ de forma coral en un film, dándoles espacios e historias particulares, tratá al menos de concluir alguna de ellas. O por lo menos dale a aquella historia que se percibe como principal, y que tiene que ver (valga la redundancia) con una historia, el espacio que se merece. De otro modo, llegamos al viaje que puede ser una película como vinimos: con las manos vacías. De “La luna en botella” yo no me llevo nada, aunque quisiera que alcanzaran las ‘utopías cósmicas’, el magnetismo de Federico Luppi y la sonrisa de Bárbara Goenaga.
---5/10
Me quedan pendientes las más viejitas, pero las sumo a otra edición de Mini-críticas que reúna películas de años anteriores. Creo que por hoy fue suficiente. ¿No están de acuerdo?
Saludos Sospechosos!
PD: Sé que en las Mini-críticas los tamaños de los posters suelen ser menores. Se me olvidó. Pido disculpas.