Descifrando el código Enigma

Por Jerjes Ascanio
Cuando, en la década de los 1920, los alemanes comenzaron a emplear la Enigma para codificar sus comunicaciones, establecieron un protocolo que implicaba una clave de día y una clave de mensaje. La clave del día se empleaba para codificar la clave de mensaje (constituida por tres letras) con la que se iniciaba cada comunicación y que a partir de ese momento era la que cifraba (sólo) esa transmisión. 
Para evitar errores en la recepción del mensaje, los alemanes tecleaban la clave de mensaje dos veces seguidas. El criptoanalista polaco Martin Rejewski reparó en que la 1ª y la 4ª, la 2ª y la 5ª, y la 3ª y la 6ª letras de cada mensaje codificaban respectivamente la misma letra del alfabeto original, fuesen cuales fuesen éstas e independientemente del contenido del mensaje. Había identificado un patrón, una pauta que le sirvió como atajo para vulnerar la Enigma.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Alan Turing y el resto de criptoanalistas británicos se enfrentaron a una versión más sofisticada de la Enigma y a unos operadores ya prevenidos. El gran logro de Turing fue detectar la existencia de “puntales”: fragmentos de texto original asociados a un fragmento de texto cifrado. 
Esto, que dicho así es difícil de visualizar, se entiende con un ejemplo: Turing se dio cuenta de que todos los días, a primera hora, los alemanes emitían un parte meteorológico e intuyó que la palabra “wetter” (tiempo meteorológico) encabezaría el texto. 
Es decir, que las primeras seis letras del mensaje cifrado, fuesen cuales fuesen, se traducirían como “wetter”. Eso le permitió establecer una asociación entre el mensaje cifrado y el descifrado, de nuevo, independientemente del contenido del comunicado. Una fisura a través de la que penetrar en la Enigma.