De la muralla del Hades ya cuenta Hesíodo en Teogonía 807-812: “Allí de la tierra sombría, del tenebroso Tártaro, del ponto estéril y del cielo estrellado están alineados los manantiales y términos horridos y pútridos de todos, y hasta los dioses los maldicen. / Allí hay relucientes puertas y un sólido broncíneo vestíbulo natural, asegurado con profundos cimientos. ” Nada de fuego todavía. En Homero (Ilíada VIII 14), encontramos una descripción similar en boca de Zeus: “(…) al tenebroso Tártaro / Bien lejos, donde más profundo es el abismo bajo tierra; allí las férreas puertas y el broncíneo umbral / tan dentro de Hades están como el cielo dista de la tierra.”
El elemento ígneo aparece en Fedónde Platón (111C-113C) pero inicialmente sólo en un sentido geográfico, funcional a la explicación de la circulación de las corrientes fluviales subterráneas. En el diálogo, el filósofo describe lugares de la tierra distribuidos en círculos en toda su superficie de acuerdo a sus cavidades. Todos están conectados entre sí bajo tierra en muchos puntos por orificios anchos y estrechos, “… y tienen conductos por donde fluye agua abundante de unos a otros como en los vasos comunicantes. Incluso hay bajo tierra ríos perennes de incontable grandeza, tanto de aguas calientes como frías. E inmenso fuego y ríos enormes de fuego, y otros muchos de fango húmedo, más limpio o más cenagoso, como esos torrentes de barro que en Sicilia fluyen por delante de la lava y como la misma lava.” Es clara la referencia al Etna.
Más adelante, Platón habla de un precipicio que es el mayor en toda la tierra y que la atraviesa de parte a parte; el Tártaro: “Pues hacia este abismo confluyen todos los ríos y desde éste de nuevo refluyen.” Y una vez explicado el flujo y reflujo de las mareas se aclara la formación de “mares, lagunas, ríos y fuentes” en la superficie, que se sumergen de nuevo bajo tierra y abocan al Tártaro. Destacan cuatro corrientes principales: el Océano, la de mayor y más extenso curso, que fluye en círculo; el Aqueronte, que está en frente al Océano, fluye en sentido opuesto y desemboca en la laguna Aquerusíade, “adonde van a parar la mayoría de las almas de los difuntos”; el Piriflegetonte (que significa “ardiente de fuego”), sale de en medio de los anteriores y cerca de su nacimiento desemboca en un terreno amplio que arde en llamas formando una laguna hirviente de agua y barro, sus torrentes de lava arrojan fragmentos al brotar en cualquier sitio de la tierra; por último está el Estigio, que surge enfrente, y que primero pasa por un lugar “terrible y salvaje”, tiene el color del lapislázuli, y desemboca en la laguna Estigia para luego sumergirse bajo tierra terminando en la laguna Aquerusíade. Los poetas lo llaman Cocito, el río del lamento.
Platón explica luego el destino de los condenados y el recorrido que realizan según la gravedad de su impiedad. El Tártaro, desde luego, es el lugar para los peores, los irrecuperables. De allí no saldrán nunca. Pero el castigo por el fuego vale la pena analizarlo: Corresponde al grupo de los que cometieron pecados grandes pero perdonables y han vivido el resto de sus vidas con remordimiento. Por ejemplo, los que llevados por la ira han asesinado a su padre o a su madre. A estos desgraciados, el Tártaro los expulsará con su oleaje al cabo de un año por el Piriflegetonte. Y una vez llegados a la laguna Aquerusíade, gritarán y llamarán a quienes mataron para que los dejen permanecer allí. Si los convencen, saldrán y cesarán sus males; de lo contrario, serán arrojados de nuevo al Tártaro otro año y no acabará su tormento hasta no ser perdonados por quienes dañaron injustamente.
Es importante notar la transición que se ha realizado en el relato desde un fuego meramente físico, correspondiente a la primera descripción del Tártaro geográfico, hacia un fuego de connotación espiritual, asociado a una pasión humana: la ira. La ira viene a ser en el microcosmos (el ser humano) lo que el fuego en el macrocosmos (el mundo), que cuando está fuera de control arrasa con todo a su paso. En las personas, consume la razón y puede llegar a provocar la muerte violenta incluso. Pero lo importante es que no todos los iracundos son castigados con el fuego, sino sólo un grupo muy reducido de ellos: los parricidas y matricidas. Y es bien conocida la repulsión especial de los griegos hacia estos criminales. Por lo tanto, podemos hablar en estos términos de un antecedente en Platón de lo que será luego el Tártaro para el cristianismo primitivo en la correspondencia entre la dimensión del crimen cometido y su castigo post mortem.
Dejamos para otra ocasión algunas descripciones clásicas asimismo interesantes sobre el Tártaro como la del mismo Platón en República 614EF; Virgilio, Eneida VI 548-625 y Apocalipsis de Pedro. Esperamos haber contribuido mínimamente a la comprensión de la configuración de una idea que llega hasta nuestros días.
Fuentes:
Anotonio Piñero, Textos Gnósticos. Vol. II: Evangelios, Hechos, Cartas, Madrid, Trotta, 1999.Hesíodo, Teogonía, Madrid, Gredos, 1982.
Homero, Ilíada, Madrid, Gredos, 1982.
Platón, Diálogos III, Madrid, Gredos, 1982.